Decía Mark Twain que para Adán, el paraíso está donde se encuentre Eva. El hombre se cree cazador pero en la naturaleza mandan ellas, son más voraces y expertas cinegéticas, necesitan alimentar a sus pequeños y mantener al macho mimado como un sultán para que siga siendo un león en el tálamo.

Si acaso es el zángano el animal que más se semeja al hombre. No sé como Darwin no lo tuvo en cuenta: revoloteando feliz al sol y picando flores mientras las abejas se ocupan de la parte utilitaria de la vida.

Pero claro, Darwin estaba demasiado ocupado en copiar a Adam Smith y extrapolar la riqueza de las naciones a su principio de selección natural, donde solo el más fuerte sobrevive y evoluciona, lo cual fue la excusa perfecta del colonialismo europeo y el capitalismo salvaje. También de agotar la naturaleza, pues el progreso justificaba la degradación y la conquista de naciones «menos avanzadas».

El propio Darwin escribió que «las razas civilizadas exterminarán y reemplazarán a las salvajes a lo largo del mundo». ¡Toma ya civilización! Con razón el Congo belga era el corazón de las tinieblas. A partir de Darwin ya no hubo más monarcas (como sí hicieron los Reyes Católicos) que considerasen súbditos de pleno derecho a los indígenas de sus territorios conquistados. Comienza la eugenesia con los genocidios armenios, holocaustos y purgas comunistas.

Visto lo cual, podemos comprender que Darwin no tuviera tiempo de pensar en el zángano ni en Eva a bordo del Beagle. ¡Tenía que haber navegado por las Pitiusas en vez de las Galápagos!