Crónica de una muerte anunciada», «Morir de éxito», «La Muerte tenía un precio», «Por un puñado de dólares», «Abismo», «la Historia Interminable» ... todos serían títulos excelentes para las decenas de artículos en prensa, comentarios en las redes, en la radio, televisión y en otros canales sociales, en los que los ciudadanos de nuestra Isla y por extensión, del Archipiélago Pitiuso, vamos reclamando desesperantemente, un auxilio que no parece llegar nunca, desde hace mucho, mucho tiempo.

Parece que vivamos en un eterno «día de la marmota» que, como en la famosa película «atrapado en el tiempo», el protagonista vive incrédulo cómo todos los días se repite la misma historia al levantarse por la mañana. Nosotros, por desgracia, vivimos algo peor. Nos levantamos todas las mañanas observando impertérritos, cómo cada hora, cada día, cada semana, cada mes, los problemas que sufrimos verano tras verano se acrecentan de forma imparable hacia lo que parece un desbordamiento más que asegurado y sin poder hacer nada para frenarlo.

Vemos como van cambiando las caras y los colores de nuestros gobernantes y, todos los años seguimos escuchando las mismas cantinelas. Existen «dificultades» (le llaman ahora) para controlar y regular tanta vorágine autodestructiva de coches, barcos y gente. ¿Dificultades? Descontrol le llamo yo o siendo suaves, «control insuficiente e ineficaz».

No lo acabo de entender. Llevamos décadas de «dificultades» y la cosa va empeorando a pasos agigantados. Si el problema es legal, pues pónganse manos a la obra de una vez para priorizar que redacten unas leyes fuertes que ayuden a descongestionar esta situación que, desde mi punto de vista, sí se puede revertir. La voluntad lo puede todo. Se confecciona una Ley donde se catalogue a las islas pitiusas como de «especial sensibilización medioambiental» y seguro que por ahí se podría hacer algo. Nadie dice que sea fácil. Nadie pide un cambio rápido ni de cualquier manera. Nadie dice que se tenga que eliminar todo el camino recorrido hasta ahora. Solo que el modelo se vaya adaptando a nuestra realidad. Una realidad que en los años futuros tienda a ser más sostenible y eso empieza, por limitar y poner números clausus, no por seguir inventando tasas para pagar los despropósitos que sufrimos. La naturaleza y el bienestar de las personas no se arreglan con dinero, sino con sentido común.

He estado de vacaciones con la familia en la Isla de la Palma y allí sí estaba todo bien limitado, controlado y regulado. Tanto el cupo máximo de plazas hoteleras como el de vehículos. Y eso que es una isla en la que el transporte público no tenía pinta de ser una maravilla (como el nuestro) y tanto isleños como visitantes han de recorrer muchos kilómetros en coche. Prueba de ello es que la isla está plagada de gasolineras. Sin embargo, pocos coches se ven. Hemos estado en plena primera quincena de Agosto y en muchos sitios y durante muchos kilómetros, ¡¡¡circulábamos solos!!! Además, me sorprendió gratamente el nivel de limpieza de la isla y la mucha concienciación que existía, en la que se implicaban tanto propios como extraños. ESO ES CALIDAD. Ya, ya sé que alguno me saldrá diciendo que la isla de la Palma es, toda ella, Reserva de la Biosfera por la UNESCO desde mediados de los años 80 y que es un caso "diferente y particular", pero el planteamiento que hago es el siguiente: ¿acaso tiene que haber islas de primera y de segunda? Nosotros también tenemos nuestra biodiversidad bien definida, tenemos Parques Naturales y zonas de especial vulnerabilidad ecológica, pero a pesar de todo ello, solo por el simple hecho de ser una isla, debería existir una figura legal que nos protegiera dado que el impacto sobre el medio y sobre las personas que residimos en él, es infinitamente mayor que en otros sitios. Somos vulnerables en todo. Nuestras costas no tienen tiempo suficiente a regenerarse entre temporada y temporada, cada vez más yerma. Nuestros ecosistemas se han de enfrentar cada vez a más especies invasoras. Somos carne de incendios. Necesitamos importar gran parte de nuestros recursos materiales y energéticos para nuestro abastecimiento diario con el impacto que ello supone. Somos totalmente dependientes del exterior. No somos capaces de gestionar eficientemente nuestra energía (tendiendo al uso de energías renovables como sí hacen otras islas), ni el agua, ni el territorio, ni nuestros resíduos. A pesar de los grandes esfuerzos de las administraciones, no disponemos, por ejemplo, de centros con capacidad para el tratamiento de residuos específicos en nuestra propia isla y lo hemos de sacar todo a Mallorca o la Península. Las depuradoras no pueden más. La central eléctrica trabaja (y contamina) a pleno rendimiento. Y por no hablar de los servicios asistenciales. Del estado de saturación del Hospital mejor ni hablamos. En definitiva generamos impacto y recibimos impacto por todos los lados y, si no le ponemos coto de una vez por todas, Ibiza (y por extensión, Formentera) morirá de éxito. Un éxito desolador y extenuante que no se soluciona suspirando fuertemente una vez llegado el deseado otoño y dejando pasar la pelota caliente hasta el verano siguiente, como con quien no va la cosa, a ver si pasa de largo.

Así que señores, resumiendo que es gerundio, menos tasas a modo de parches y más cerco al fuego, que se nos quema la isla y no precisamente por las llamas. Mientras tanto, me despido triste y premonitoriamente, hasta el próximo «día de la marmota». Un saludo y que Dios nos coja confesados.