Dice Jesús: todo el que se ensalza será humillado, el que se humilla será enaltecido. La moneda más apreciada en el mundo es el orgullo, la autosuficiencia, el afán por el poder. Es obvio que esa moneda no tiene valor alguno para entrar en el Reino de Dios. El que es humilde, en cambio, se granjea el aprecio de los demás, y el favor de Dios. La virtud de la humildad es necesaria para la salvación. Dios resiste a los soberbios, y da su gracia-por consiguiente la vida eterna- a los humildes. El Señor observa las actitudes de los asistentes al banquete de bodas, e insiste en que es Dios quien nos asigna el puesto que tendremos en el banquete eterno del cielo. El premio de la Vida Eterna es de tal magnitud que no podemos merecerlo por nuestras propias fuerzas. No podemos olvidar que es Dios el que nos salva, y nos otorga su amor y su gracia. El cristiano vive en el mundo como una persona corriente, pero su recto proceder y su vida, según Dios , respecto a sus semejantes no puede ser para él, ni la recompensa humana, ni la vanagloria: ante todo debe buscar la gloria de Dios. La mayor satisfacción ya en esta vida debe ser cumplir la voluntad de Dios. Dios es Amor, y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él. Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios ( I. Jn, 4,7)