Uno de los personajes más cultos del siglo XIX mallorquín fue el erudito y cronista del reino de Mallorca, Antonio Furió (1798-1853): perteneció a varias instituciones académicas relevantes, como la Sociedad Arqueológica Madrileña y colaboró con la Academia de la Historia. Escribió sobre las Bellas Artes y sobre las antigüedades baleares, para poderlo hacer tenía amigos y corresponsales, casi todos presbíteros, en algunos pueblos de Mallorca, en Menorca (era miembro de la Academia de Ciencias y Bellas Artes de Mahón) y también tenía un corresponsal en Ibiza, don Joseph Puguet que no sólo le enviaba datos sobre los restos arqueológicos ebusitanos que se le aparecían aquí y acullá, sino también le mandaba piezas que compraba o trapicheaba este Puguet, algunas incluso debieron ser importantes y gracias a este ibicenco salieron de Eivissa para siempre, bien es verdad que entonces todo esto de la arqueología y el patrimonio apenas se valoraba. En la Biblioteca Nacional de España se encuentra el fondo Capdebou, luego de Gayangos, del que forman parte un manojo de cartas manuscritas de Furió a Puguet. Este Puguet no sabemos si es ascendiente del gran pintor ibicenco Narcís Puget Viñas. Lo cierto es que no era un erudito, pero sí una persona cultivada y llegó a tener un gabinete con las antigüedades que durante doce años fue encontrando en los campos ibicencos, pero con tan mala suerte —se lo cuenta en carta al cronista mallorquín— que se le incendió la casa y los «tesoros» púnicos y árabes que tenía en su morada se le quemaron, «los perdí en dos horas». De la casa solo aguantaron las paredes exteriores. No sabemos qué restos arqueológicos ibicencos almacenaba y devoró el fuego, pero sí sabemos que Puguet traficaba con antigüedades, entonces no era delito ni nada, y le mandó a Furió monedas y, tras muchas diligencias, una vasija árabe que había sido encontrada en Formentera, en una cueva de La Mola y que el hermano de Puguet, que vivía en Palma, le entregó en mayo de 1844 al cronista mallorquín.