El domingo por la tarde sufrimos en casa una inesperada visita. Rodeada de rojas ronchas y algo de fiebre la varicela llegó para quedarse por una semana en la vida de mi hijo de 3 años gracias a esa gran política de Sanidad que quitó del calendario de vacunaciones la dosis para combatir esta enfermedad y prohibió su venta en las farmacias. Más tarde, el sucesor de esa ministra rectificó para volverla a incluir en el calendario a partir de este año e incluir la aplicación de una dosis a los 15 meses y otra a los 3 años. Pero para muchos niños ya era eso, tarde. Me comentaron en su guardería cuando llamé para avisar que ese era el cuarto llamado que recibían del mismo tipo esa mañana, y los casos surgen desde hace meses. Hagamos cuentas, los niños afectados no deben ser pocos en la isla. Antes de eso, al salir del centro de salud fuimos a comprar lo necesario para aliviar sus picores, si es que es posible, a la farmacia que se encuentra en el Paseo Marítimo frente a uno de los hoteles más importantes de la isla. Me quedé realmente sorprendida por el olor completamente nauseabundo que desprendía la zona de contenedores de esa esquina donde se encuentra la parada de taxis. Eran aproximadamente las 12 del mediodía y en una de las zonas más lujosas de Eivissa no se podía respirar porque la putrefacción que invadía el ambiente era francamente insoportable. No sólo los contenedores, el suelo parecía que hacía años que no se limpiaba, sin contar con que en esa esquina no hay paso para peatones y que hay que cruzar como buenamente cada uno pueda entre los contenedores y la porquería que reina a sus anchas. La excusa será que somos muchos en la isla en estos momentos. ¿Cuándo hemos sido pocos en agosto? Es intolerable que Vila esté en estas condiciones y que nuestros niños tengan que pasar por estas calles repletas de suciedad y malos olores.