En el meollo y canícula de Vila se encuentran, como saben, tanto la calle Ramón y Cajal como la calle Bartomeu Rosselló, puesta en memoria de quién fue alcalde a principios del pasado siglo, Bartomeu Rosselló Tur (1866-1942). Además de munícipe y escritor que fundó un semanario jocundo con un nombre muy jacarandoso «El Coco», don Bartomeu tuvo mucho predicamento en la prensa barcelonesa. No cabe duda que fue un enamorado de su Dalt Vila: se opuso al derrumbe de las murallas y defendió su ciudad a capa y espada sin azorarse y acudiendo a quien hiciera falta para mejorar los servicios urbanos de la misma, como vamos a ver: en La Biblioteca Nacional de España, en la sala Cervantes o de manuscritos, se encuentran bastantes cartas de quien fuera Premio Nobel y toda una institución viviente, Santiago Ramón y Cajal. Entre esas epístolas hay una remitida en 1927 nada menos que por don Bartomeu en la que, acudiendo al prestigio del histólogo y a su influencia en el Instituto Nacional de Higiene Alfonso XIII (del que don Santiago había sido primer director), le solicita que impida que en Vila se pongan las cañerías de uralita por no ser ese material adecuado para la conducción de aguas potables. Le manda un informe o mecanuscrito en el que le cuenta el chanchullo que se traen entre manos alguno del Ayuntamiento de Ibiza y la empresa barcelonesa Obras y Suministros S. A. que quedaron en sustituir las tuberías de alfarería por otras de acero dulce inoxidable, y ahora quieren poner uralita y, lógicamente, robar y repartirse la diferencia de lo licitado, todo a cuenta del sufrido contribuyente. Rosselló no se arredra, le cuenta al Nobel que el ministro del ramo está enterado pero que el gobernador civil de Baleares es un inútil y que «no sabe nada de lo que ocurre en Ibiza, teniendo abandonados todos los asuntos de aquella isla». Como vemos, aunque a veces lo parezca, las cosas no cambian nunca.