Millones de personas en el mundo creen en la reencarnación y lo explican en la necesidad que tenemos de nacer una y otra vez para aprender lecciones de vida que nos hacen evolucionar como seres espirituales que somos. A la postre, quién sabe la verdad verdadera, porque una vez muertos, al hoyo, y nadie vuelve para contarlo. Lo que sí sabemos los vivos es que hay personas que nacen de pie. Con estrella, por así decirlo. Mientras al común de los pringados nos suben la luz, el agua, la hipoteca y Hacienda tarda un siglo en devolvernos lo que es nuestro, Rita Barberá, esa señora que de no haber sido política seguramente se habría quedado en pueblerina ilustrada, nos hace un tanto a todos, se pasa al grupo mixto del Senado y, por arte de birlibirloque, pasará a cobrar dos mil y pico euros más al mes que antes. En total, sumando unas cosillas y otras, ingresará siete mil eurazos que también eran nuestros. Y eso en una institución, el Senado, que nunca debió existir y que ahora mismo está ‘en funciones’, en una legislatura medio abortada que sigue a otra que lo mismo. O sea, que sus señorías se pasean por allí –si es que se molestan en ir– para justificar el sueldazo y reírse a la jeta de nosotros, que al fin y al cabo nos lo merecemos por idiotas. La señora Barberá está en el punto de mira por supuestos trapicheos corruptos, pero lo haya hecho o no –es probable que nunca lo sepamos, como ocurre con Bárcenas–, lo cierto es que ni siquiera le hace falta: hija de gente bien del régimen, funcionaria y política durante décadas, debería estar jubilada pero se aferra a la pasta mientras el cuerpo aguante. Quizá a su expartido sí le han hecho falta millonadas para sus campañas y sus untadas de mantequilla. Pero ¿a ella? Con los sueldazos que manejan, los chollazos que se inventan y el nivelón de vida que se pegan a costa del erario público, ¿para qué pueden querer más?