Muchos son los que piensan que Donald Trump no tiene la más mínima posibilidad de batir a Hillary Clinton en las urnas el próximo noviembre; puede que tengan razón … si no se tiene en cuenta la peculiaridad del sistema electoral indirecto de los Estados Unidos; incluso si no consiguiera un solo elector en 24 Estados, ganaría si en los otros 26 quedara en cabeza con el 50,1 por ciento de los votos; así, podría convertirse en Presidente de los Estados Unidos con el voto de un 27 por ciento del voto popular ya que, en aquel país, cualquier candidato puede ganar el decisivo voto electoral perdiendo el popular.

Otro factor que juega en favor del millonario hortera y deslenguado es su capacidad de movilización del electorado republicano, la más alta en los últimos 26 años. Ese es otro dato importante: la gente ha de salir de casa para votar y en los Estados Unidos, por diversas razones, casi nunca se da una participación electoral que alcance el 50 por ciento.

Hay otras razones por las que puede ganar: en primer lugar, por su apelación al americanismo. Durante su campaña en Michigan, amenazó a la Ford con imponer un arancel del 35 por ciento a los coches fabricados en Méjico si la empresa continuaba con sus planes de trasladar a aquel país su cadena de producción. El resultado fue que derrotó a John Cassich cuando todo el mundo daba a éste por indiscutible vencedor. En segundo lugar, porque Trump encarna una nueva clase de política (o antipolítica) que atrae a los americanos hastiados de una clase política mediocre que es precisamente la que encarna Hillary Clinton -una candidata sujeta a acusaciones fundadas de corrupción, mentiras y sobornos que la hacen susceptible de ser procesada en cualquier momento- mientras su oponente ha perfeccionado el arte del populismo en una época en la que la gente detesta la política. La gente necesita y quiere liderazgos fuertes y el que propone Trump lo es.

Un factor que tampoco conviene desdeñar es la enorme parcialidad de los medios de comunicación, del establishment y de Wall Street en favor de Clinton, algo que, a la larga, podría resultar contraproducente y motivar aún más a los partidarios de su histriónico oponente. Basta recordar lo que sucedió con Ronald Reagan, un actor mediocre cuya única experiencia política consistía en haber presidido el poderoso sindicato de actores (Screen Actors Guild) antes de haber sido gobernador de California.

Es muy probable que el millonario del pelo teñido concentre sus esfuerzos en Michigan, Ohio, Pennsylvania y Wisconsin, estados tradicionalmente demócratas que, sin embargo, últimamente han venido eligiendo gobernadores republicanos. Entre Green Bay a Pittsburgh se extiende un territorio equivalente al de la Inglaterra interior con las mismas frustraciones y resentimientos que condujeron al Brexit. Trump no necesita vencer en Florida, Colorado y Virginia: le bastan los cuatro estados antes mencionados para convertirse en el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América. Pronto lo sabremos.