La parábola del rico y Lázaro debe estar siempre presente en nuestra memoria. Jesús nos pide apertura hacia los hermanos y hermanas necesitados.

El rico y Lázaro los dos seres humanos, creados ambos a imagen y semejanza de Dios, redimidos por la preciosa Sangre de Cristo. Cierto autor, decía: ¿ sabéis lo que vale vuestra alma?. Lo que vale la Sangre de Cristo. Habéis sido comprados no con oro y plata, sino con la Sangre Preciosa de Cristo, el Cordero Inmaculado ( II Pedro, 18-20). Murieron los dos, el rico y el mendigo. Lázaro recibió consuelo, y en cambio, al rico se le dieron tormentos. Dios es infinitamente justo y misericordioso.

La parábola disipa dos errores: el de los que negaban la supervivencia del alma después de la muerte, y el de los que interpretaban la prosperidad material en esta vida como premio de la rectitud moral , y la adversidad, en cambio, como un castigo. La parábola enseña con claridad, que inmediatamente después de la muerte, el alma es juzgada por Dios de todos sus actos, recibiendo el premio o el castigo merecidos. La Revelación divina es suficiente para que creamos en el más allá. El rico no fu condenado porque tenía riquezas y lo pasaba espléndidamente. El rico fue condenado porque no ayudó al pobre Lázaro. Cristo en ningún lugar condena la posesión de bienes terrenos. Es cierto que el Señor pronuncia palabras muy duras contra los que utilizan los bienes egoístamente, sin fijarse en las necesidades de los demás, necesidades que pueden remediar, pero no quieren. Pecado de omisión. San Juan Crisóstomo escribía: « Os ruego y os pido , y , abrazado a vuestros pies, os suplico, que mientras estamos en esta vida, nos arrepintamos, nos convirtamos, nos hagamos mejores, para que cuando muramos no tengamos que lamentarnos inútilmente como el rico de la parábola.»