La naturaleza no deja nunca de sorprenderte. Me estoy refiriendo en concreto a la naturaleza del hombre, de la que se han escrito y se seguirán escribiendo numerosos ensayos; tantos como humanos pueblen la Tierra. Lo sorprendente es que siempre hay una llave para cada cerradura. El meollo se encuentra en descubrir por uno mismo si se es lo uno o lo otro. En cualquier caso se sea de la parte que se sea, la labor que uno desempeñe será clave en ambos lados de la puerta. Los fenómenos contrapuestos siempre han funcionado bien a lo largo de la historia porque sirven para posicionar en un bando o en otro a las partes.

Por ello cuando uno se fija en el tándem Iglesias-Errejón en Podemos, uno no puede por menos que sonreír cuando se les observa actuar o mejor dicho sobre actuar en el escenario de este gran circo que se ha convertido la política en estos tiempos. En estos y en otros, cabe decir porque siempre ha habido tándemes bipolares en todos los partidos y en todas las ocasiones a lo largo de la historia y su mecanismo siempre ha funcionado igual: Uno dice una cosa y a continuación va el otro y suelta otra aún más gorda. El procedimiento siempre es el mismo y su funcionamiento sería por así decirlo como el de la canción de Malú que más o menos dice así en alguna de sus estrofas: «Tú dices blanco, yo digo negro. Tú dices voy, yo digo vengo. Miro la vida en color y tú en blanco y negro». Pero el asunto es que funciona, porque ambos conocen, saben que entre sus diferentes tipos de públicos lo importante es llegar a ellos de la forma que sea. Ejemplos prácticos de tándemes lo serían Felipe González el moderado y Alfonso Guerra, cuyo apellido le viene al pelo. Y créanme. El tinglado no funciona cuando en un equipo, en este caso un partido político, dos mismos lideres dicen lo mismo, se repiten en todo y hablan el mismo idioma a su público, porque les falta eso que los franceses llaman «charme» , encanto, aunque realmente lo que les falta es morbo, porque todo hay que decirlo, en este país lo que mueve al personal es el morbo. ¿Pues no me dirán que no lo tiene el pensar si entre Pablo e Iñigo hay buen rollito o se tiran los trastos a la cabeza tan solo porque uno blande el puño y el otro el signo de la victoria? Eso es lo que pasa cuando se juntan en un partido un hijo de revolucionario y un hijo de burgués apijado. Sin embargo, todo vale para ganar votos, en una sociedad en donde siempre se nos ha dado demasiado bien eso de emparejar. Así pues ya saben: pongan un Zipi Zape en su vida, porque si no lo hacen ustedes, les vendrá impuesto por las urnas a casa un Pepe Gotera y Otilio cuyas chapuzas, ya saben, siempre son a domicilio. O en el peor de los casos podemos acabar todos siendo gobernados por un Mortadelo y un Filemón y eso aún es más grave porque con ellos se nos caería seguro el pelo.