El cambio climático ha conseguido que tengamos en las dulces Pitiusas un tiempo parecido al de Bombay. Y ahora estamos en época de monzones. Que no se preocupen los políticos por modificar la circulación (uno ya no sabe si la calle que hoy es en un sentido mañana lo será en el contrario, pasado será cortada y la semana que viene habrá devenido en coto de transeúntes). Ahora se puede bajar por Vara de Rey en zodiac –la corriente permite incluso el rafting— o llegar a Ebusus en un chinchorro para brindar por la aventura con un palo con ginebra.
Lo bueno de estas tormentas es que Ibiza se despereza y recupera su virgo –verde que te quiero verde—, como hacía la diosa celosa en el manantial de Khanatos. Pues hasta que vinieron las lluvias los indígenas parecíamos una panda de beduinos desérticos y solo podíamos abrevar en el bar, que va más allá de un espejismo porque jamás te desilusiona.
El viernes me pilló la catarata jugando al backgammon en Las Dalias. Era magnífico pedir un whisky con hielo y asomarse a la terraza para mezclarlo instantáneamente con un buen chorrito de agua angelical.
De vuelta al catre, la carretera de Morna había sido cortada, y el coche semejaba un vehículo anfibio. Las lluvias torrenciales caían como una cortina, pero vislumbré un ser de melena mojada haciendo autostop. Naturalmente paré, para luego cantar como el poeta: Y yo me la llevé al río creyendo que era mozuela / y resultó ser un tío que por poco me la cuela.