El Evangelio de este domingo es muy consolador para todos. Nos llena de esperanza el ver el deseo ardiente de Jesús que busca y perdona a los pecadores. Nuestro Señor Jesucristo es el Salvador de los hombres, él ha curado a muchos enfermos, ha resucitado a muertos, pero sobre todo trae el perdón y la gracia a los que se le acercan con fe.

Zaqueo era jefe de publicanos y rico, era odiado por el pueblo por colaborar con el poder romano y porque abusaba frecuentemente en la recaudación de impuestos. Este hombre quiere ver al Señor, sin duda movido por la gracia. A causa de la muchedumbre y porque era pequeño de estatura, dice el Evangelio, subió a un sicómoro- un árbol semejante al moral, de tronco más grueso- cuando Jesus, llegó al lugar levantó la vista y dijo: Zaqueo baja porque hoy me hospedo en tu casa. Zaqueo bajó, rápido y lo recibió en su casa muy contento. Y dijo el Señor: Doy la mitad de mis bienes a los pobres y si he defraudado a alguien le devuelvo cuatro veces más. Conmovido por la presencia del Señor inicia una nueva vida. " Jesús dijo a Zaqueo: " Hoy ha llegado la salvación a esta casa" Para conseguir ver a Jesús no tiene reparo en mezclarse con la muchedumbre y salta por encima de los respetos humanos. Ni la falsa vergüenza, ni el miedo al ridículo deben ser obstáculo para encontrar a Dios. Dice San Ambrosio que el mal no consiste en tener riquezas, sino en el mal uso de ellas. El que tiene riquezas, pero no tiene compasión para ayudar a los necesitados, sus bienes puede ser causa o impedimento para su salvación eterna. Por eso Jesús nos dice lo difícil que es para un rico entrar en el Reino de los cielos. Ahora bien, los ricos tienen la oportunidad de hacer un gran bien a los pobres. Estamos terminando el año jubilar de la Misericordia. Durante nuestra vida intentemos poner un verdadero y sincero interés en practicar las catorce obras de Misericordia: las espirituales y las corporales. Jesús nos dice: a quien te pide, dale. Esto no significa que hay que dar dinero, también es necesario, pero lo importante es tener compasión, afecto, paciencia, saber escuchar, dar ánimo y esperanza. No debo querer para otro lo que no quiero para mi. Debo respetar a los demás como deseo me respeten a mí. Debo perdonar las ofensas y devolver bien por mal.