Ya decía Josep Pla que hay que tener mucho cuidado con los virtuosos, con los puros, y cuánta razón tenía. Sabía muy bien el autor de El cuaderno gris (como Tolstói, como Dostoyevski, como Baroja) que la condición humana deja poco margen para la pureza y es verdad que hay ermitaños, ascetas, monjas de clausura, budistas extremos, Simón en su columna del desierto, como en la famosa película de Luis Buñuel, pero las tentaciones acechan de mil formas, incluso travestidas en forma de vivienda protegida que te dan por ser hijo de la casta izquierdista-sindicalista, y casi siempre se termina con la misma conclusión: una cosa es predicar y otra dar trigo, y tenemos en España a Bárcenas o Granados o al Bigotes por arriba y por abajo a muchos que están todo el día con los pobres y el pobresismo en la boca, que son el látigo permanente del facherío, y que poco a poco se construyen un futuro político bien remunerado. Tal ocurre (supuestamente) con Ramón Espinar que ha especulado con un pisito que estaba destinado para ser adquirido a precio tasado por aquellos que tienen problemas económicos y les resulta difícil comprar una vivienda en el mercado libre. O sea, el pisito que se agenció Espinar era para los pobres que él ahora defiende con indomable ahínco. ¡Quién no recuerda las peroratas de este podemita en los programas de la telebasura y en la Asamblea de Madrid atizando y dando buenos palos a la piñata de la derechona representada por La Espe y su séquito! La verdad es que el montante del negociete de Espinar no es una cantidad importante, es un asunto (desgraciadamente común entre cierta casta) de tráfico de influencias con especulación pura y dura y teniendo como horizonte la supuesta defensa de los más humildes. Y eso sí es lo preocupante, las moralidades y nepotismo que permanentemente destilan algunos de estos hijos cool de la otra casta. Dime lo que comes y te diré cómo eres.