Habemus Papa, o Gobierno, que es casi igual de costoso y de enigmático resultado. El pobre Rajoy se ha tirado más de trescientos días sobre ascuas para esto. Ha tenido tiempo de sobra para pensar y repensar qué haría si, finalmente, conseguía auparse de nuevo hasta la poltrona de La Moncloa, pero se ve que su creatividad no da para mucho. De trece ministros –un número que da un poco de mal fario, ¿no?– ha cambiado a seis. Y se ha quedado con lo más granado del ámbito económico: De Guindos, Montoro y Báñez. La lectura obvia de esta decisión es que el presidente está encantado con la evolución del país en este sentido y apuesta por la continuidad. En sus manos queda la ingrata tarea de recortar once mil millones de euros de gasto público en los próximos dos años y seguir intentando inflar las estadísticas de empleo a base de crear puestos de trabajo precarios y mal pagados. Parece que es el signo de los tiempos. Aspirar a un empleo digno y remunerado con equidad se ha convertido en un sueño muy difícil de alcanzar. Y para que siga siendo igual de complicado, contaremos con los mismos ministros del ramo. ¿Novedades? La incorporación de la inefable Cospedal, redicha, cursi y repipi, que cuesta imaginar como ministra de Defensa. Pero ahí la tenemos. Su archienemiga Sáenz de Santamaría pierde la portavocía, una auténtica pena porque a parlotear no le gana nadie. A cambio nos colocan al guapete Iñigo de la Serna, alcalde de Santander, en Fomento. No sé si fomentará mucho, pero sin duda aporta un plus de elegancia a un Ejecutivo que es más de lo mismo.

¿No decían que tenía que ser más dialogante? Quizá el regalo sea perder de vista al opusiano Fernández Díaz.