La puesta en escena de la isla de Ibiza en la mayor feria de turismo a nivel internacional ha sido relativamente austera y ciertamente efectiva. Por el aparente expositor que la Fundación para la Promoción Turística del Consell d’Eivissa ha dispuesto en Londres pasaron decenas de agentes de los principales touroperadores europeos y también de emergentes mayoristas de viajes, cautivados por una isla que ofrece multitud de productos para todos los segmentos, además de cercanía y (relativa) seguridad. Hubo momentos en la WTM de auténtico frenesí en el estand ibicenco, marcado este año por postales alejadas del ocio nocturno (resaltaba, de hecho, una encantadora imagen de un pasto verde con ovejas y vacas) y por la colorida escultura de un ca eivissenc. Los empresarios del sector turístico han promocionado sus cada vez más reformados y completos establecimientos y regresan con noticias muy positivas y alentadoras de un macroevento por el que ha pasado de puntillas el ‘Brexit’.
Las instituciones, por su parte, han vendido un año más esa oferta cultural, patrimonial, gastronómica y deportiva alejada de la manoseada ‘fiesta y playa’ con el objetivo de ganar meses a la temporada mejorando así el empleo en Ibiza. Sin embargo, desde Londres uno adivina en el pensamiento de esos agentes de viajes su desconocimiento acerca de las graves deficiencias que padece la isla en infraestructuras y servicios, ítems de valor capital para nuestros visitantes, máxime si se les pretende fidelizar. De poco sirve ofrecer un envoltorio precioso y cargado de adornos si contiene un regalo salpicado de máculas y vicios. Y los residentes lo sabemos.