Una de las obsesiones de Donald Trump antes de ser elegido era la política monetaria de la Reserva Federal bajo el mando de Janet Yellen, designada para el puesto por Barack Obama. La idea de Trump es que Yellen ha alargado innecesaria y artificialmente la política de tipos bajos. Ahora que el mandamás va a ser él, seguramente Yellen volará por los aires y con ella su dinámica monetaria. Trump quiere fomentar una política expansionista de la economía, al estilo de la década prodigiosa de Ronald Reagan en los ochenta, y eso suele conllevar más inflación y una subida natural de los ti- pos de interés para contrarrestarla. Algo que favorece a quienes tienen capital ganan dinero sólo por tenerlo– y perjudica a quienes tienen deuda –sube la cuota–. Podemos pensar que la Unión Europea rema a otro ritmo, que América nos queda muy lejos y que durante la crisis ambos lados del Atlántico han llevado a cabo sus propios programas monetarios de forma completamente independiente. Pero en un mundo global cuando uno se resfría, el otro no tarda en estornudar. Ya sabemos que Europa se mueve a cámara lenta, como un pesado y viejo elefante con poca energía. La mayoría de los analistas creen que ya este diciembre se verá subir algo el precio del dinero en Estados Unidos, pero descartan un efecto espejo inmediato en el viejo continente. Aquí el dinero se encarecerá, dicen, como pronto en la segunda mitad de 2018. Quedan dos años, pero, ¿habremos conseguido en ese plazo deshacernos de buena parte de nuestras deudas? Teniendo en cuenta el volumen de lo que debemos, lo dudo mucho.