Actualmente cualquiera puede ser alcalde, concejal o parlamentario. El que antes nos calentaba la cabeza en el bar o en el escrache, hoy es diputado. Cualquiera vale, lo único estar en el sitio adecuado a la hora oportuna. La vulgaridad unida a la superficialidad de las redes sociales y a la telebasura, --más la precariedad del sistema (no) educativo público que sufrimos-- crea un caldo que permite tener, actualmente, a bastantes desaprensivos en la poltrona política pontificando ad calendas sobre lo divino. De hecho, estamos asistiendo a cómo, desde hace unos años, cierto grupo político propone una batería de propuestas sin pies ni cabeza presupuestaria que son naderías universales imposibles de llevar a la práctica y que, muchas veces, consiguen engañar al votante. Ello ha creado un nuevo humus de difícil clasificación consistente en la destecnificación de la gestión de la res pública y la aparición de un montón de demagogias etéreas sin carga probatoria que se están metiendo de hoz y coz en los cocos de bastantes ciudadanos que están ya sintonizados para comulgar hasta con ruedas de molino. Todo ese huerto ecológico choni en las cabezas del común, convierte la política en algo sin referencias tangibles, algo que actualmente no sabemos muy bien en qué consiste. Se imponen las pendejadas mentales sobre la obra a pie de calle. Y así estamos, con dos Españas: la de los políticos que no saben cómo agradar para que les voten a base de emitir deuda y deuda y dejar embargado su propio país y el gobierno que venga después, que se apañe (PPSOE) y la de los universalistas (Podemos) que arreglan el mundo entero a la par que no tienen ni sesera idea de cómo arreglar los problemas reales de los cuidadanos normales. Y esas son las dos Españas de ahora.