Cuentan que la aventura es la única forma de robarle tiempo a la muerte, que la acción es el refugio de los desesperados, y que si no encuentras la alegría en esta tierra, más vale que la busques más allá de las estrellas… La pasión de los rescatadores de las abandonadas Ariadnas en las playas esmeraldinas del Mediterráneo es un ciclo que se renueva para salvar al hombre del venenoso tedio vital. El antídoto contra la tristeza es cultivar una cabeza clásica y corazón romántico.
Un nuevo Renacimiento en Acuario se avecina profetizado por vagabundos como Henry Miller y Leonard Cohen. Regresa la educación de los aventureros que afrontan peligros mortales y la conquista de las bellas con una sonrisa en los labios. Es elegante ser alegre.
Y me alegra comprobar que entre muchos escolares regresa la ilusión por ser piratas. Los pelmazos igualitarios del más bajo denominador común han perdido la batalla. En los colegios siempre hay escondido un ejemplar de La isla del Tesoro, o de los Tigres de Mompracem, o alguna recopilación de la historia de la piratería que sedujo a Daniel Defoe aún más que las aventuras del solitario Robinson Crusoe.
A propósito, pobre Crusoe, nadie le dio la oportunidad de elegir qué llevarse a la isla desierta. Los antiguos piratas daban una botella de ron y una pistola con una bala para que el abandonado se saltara la tapa de los sesos con cierta embriaguez. A Crusoe tan solo le dieron una voluntad inquebrantable que le valió para poder contarla.