Debe ser algo sicosomático. Nos cambian la hora, se hace de noche más pronto, la humedad se nos mete en los huesos, y la sensación de frío se hace patente. Luego, todos nos ponemos en modo invierno saltándonos a la torera que aún estamos en otoño, si bien aquí en nuestras islitas del mediterráneo, al ser los árboles de hoja perenne; tanto como la poltrona de un diputado cubano, o venezolano, o el de algún que otro político que se aferra al asiento cual hojita de laurel, solamente capaz de caer cuando la mece el viento y se la arranca de un soplo el otoño del cambio. Así pues, con el invierno en los huesos, los isleños nos encaminamos en estas fechas hacia la pre navidad; estado que requiere de grandes dotes de imaginación, como la de imaginarse a uno mismo, con las manos repletas de pebrassos o del sonido estridente del gorrino asesinado, en pos de esas sobrasadas y butifarrones que los de esta tierra amamos extender sobre llescas de pan - una llosca es otra cosa- y que cabe decir, están en estado Arguiñano; o sea sé: ricas, ricas. Otros puntos de referencia sobre la pre navidad y que nos van dando pistas de la que se nos avecina, son lo días de ofertas por internet. El Black friday, el ciber monday, el fever saturday night, y el los sundays al bullit de peix son de esos días que a uno ya le avisan del sarao. Pero ciertamente lo que más nos pone en modo navideño, al igual que ahora se puede poner el vehículo en modo todo terreno girando un interruptor, aunque sea un vespino o una mobilette lo que tengamos, es el observar como cuelgan de las calles los racimos de luces led, cuyo síntoma nos indica la época del año en que nos encontramos. Qué tiempos aquellos en los que se ponían bombillas pintadas de colores y que hacían saltar los diferenciales de energía debido a la sobre carga de la red eléctrica. Ya ven: mi infancia son recuerdos de un patio de Ibiza, y de un huerto claro donde no solo madura un limonero, cuyos limones siempre encuentro ácidos a pesar de dejarlos madurar hasta la saciedad, sino también lo es un paseo con linterna, de la mano de mi padre hasta la caseta de contadores, para ver porqué demonios había saltado esta vez la luz. Pero era romántico. Y la navidad también lo era. Y cuando salíamos a la calle lo era para tomarnos un café con leche y una tapa de bacalao en el bar Ses Botes, una caña con tapa de aceitunas en el bar Sa murada o un bocadillo de lomo en el Veny ven del puerto o la Royalty. Pero ahora, todo ha cambiado. Y nos regimos por los black fridays, y otras tonterías que nos vuelven chiligüilis y autómatas. Deberíamos pensar en ello y retroceder al pasado por un instante: al de las paupérrimas bombillas colgadas sobre un sencillo alambre. No concibo una navidad sin un paseo por Vara de Rey y sentarme sobre uno de sus poyos de piedra.

¿Seguirán ahí tras la reforma? Renombrados culos y no tan renombrados han pulido su granito a lo largo de muchas vidas. Ellos te hablan. Tampoco concibo la navidad sin un paseo en soledad por la zona del ayuntamiento de Santa Eulalia, ni por el paseo de las fuentes de San Antonio. Son parte de mi niñez y a ellas me remito cuando pienso en todo lo que el sentido de la navidad ha ido cambiando. Pero si de algo aun me siento feliz, a pesar de los inevitables cambios, es de que la gente, se ponga pachanguera, melancólica, que su corazón se vuelva sensible, y su mente se abra a los demás como en ningún momento del año. Y todo ello, a pesar de las compulsivas compras que se hacen, engalanadas por las calles llenas de luz de led de colorido infinitesimal; pues en el fondo, y como dijera un genio del séptimo arte, Manuel Summers: todo el mundo es bueno. Y en Navidad, digo yo: mas.