Los payeses en Ibiza y, por lo tanto, el paisaje que tanta admiración genera en todo el mundo están condenados a desaparecer. Y cuando esto ocurra los que ahora se rasgan las vestiduras hablando de colapsos y saturaciones en verano ya no tendrán de qué quejarse porque nadie volverá a esta isla llena de gente aburrida que ocupa su tiempo libre en fastidiarle la vida a los demás. Los payeses no tienen la culpa de que buena parte del litoral ibicenco esté construido, ni tampoco de que las depuradoras de la isla estén como están. Y si en el campo hay alguna mansión, tranquilos, que no pertenece a ningún campesino. Los ibicencos y los formenterenses lo último en lo que piensan es en vender sus fincas. Lo hacen como última solución, cuando no queda más remedio. Poca gente hay hoy en día que pueda vivir del campo a no ser que hayan convertido su vivienda en un hotel rural o en un agroturismo. Pero habrá menos todavía si los políticos continúan poniendo trabas a quienes verdaderamente están cuidando de nuestro paisaje. Llegará el día en que será imposible continuar cuidando la tierra por amor al arte, como miles de ibicencos y formenterenses hacen hoy. Los bancales se abandonarán, el bosque lo cubrirá todo y algunos brindarán con champán porque habrán conseguido su objetivo, que no es otro que el de acabar con el único modo de vida que tenemos aquí. Y será entonces cuando lamentarán haber actuado con la prepotencia propia de quienes miran el mundo desde los cristales de un lujoso despacho urbanita. Dejen de ningunear a los payeses y escuchen sus opiniones. Ibiza lo agradecerá.