El efecto más grave del extraordinario temporal que ha sacudido el área mediterránea y con ella las Islas Pitiusas, ha sido sin lugar a dudas el derrumbe prácticamente total de la torre de Balàfia, construcción del siglo XVII y declarada Bien de Interés Cultural en 1996. La cantidad de lluvia caída, el doble en un solo día de lo que suele precipitar en un mes de diciembre normalito, da idea de que los efectos de una tromba de agua de estas características son muy de temer y capaces de reducir a escombros cualquier edificación de la antigüedad de la que estamos tratando. El conseller insular de Educación, Patrimonio, Cultura, Deportes y Juventud, David Ribas, visitó el lugar acompañado del alcalde de Sant Joan de Labritja, Antoni Marí, y de personal técnico del Consell, a fin de evaluar la situación. Tras los lamentos de rigor, plenamente justificados, Ribas trató de hacer pedagogía sobre la importancia de mantener y cuidar debidamente nuestro patrimonio histórico. Pero no pudo contenerse de arrimar el ascua a su sardina y reprochar que, de las líneas de subvención lanzadas por su departamento, destinadas a rehabilitación y conservación y que contaban con un presupuesto de medio millón de euros para particulares, sólo se han presentado cuatro proyectos que supondrán 100.000 euros, con lo que 400.000 euros se quedarán sin repartir. No le falta razón al conseller, como tampoco le falta razón cuando lamenta la falta de personal y medios en el área de Patrimonio. Sin embargo, es dudoso que por muchos medios y personal que hubiera, la torre de Balàfia estuviera hoy en pie. No parece que concurran más circunstancias que la fatalidad de una tormenta, que la estructura de la torre no pudo soportar. Más vale aparcar los reproches y ponerse manos a la obra para reconstruir la emblemática torre.