Vinieron para voltear el panorama político, acabar con la denostada ‘vieja política’ y asaltar el cielo. Llegaron repartiendo jarabe de palo (escrache mediante) a la bautizada como ‘casta política’ y cuando apenas acaban de aterrizar en las instituciones ya se han convertido en la pócima que perpetuará a los partidos clásicos. La pléyade de politólogos de Podemos se ganó el beneficio y se metió en el bolsillo a un buen porcentaje de votantes por su verborrea, pero otra cosa es lo que hacen con el lenguaje. Lo que en otros partidos es crisis o fractura, en Podemos es «un ejemplo de pluralidad».

Lo que es una lucha cainita en toda regla lo minimizan con un lacónico «disenso». Cabriolas y figuras retóricas que pretenden tapar una realidad, la división total entre «pablistas» y «errejonistas».

Paradójicamente, el partido político con más presencia en las redes sociales, los «maestros del twitter», han visto como las redes sociales se han convertido con el tiempo en su propia kryptonita. Twitter se ha consagrado como el campo de batalla donde, a calzón quitado, dirimen sus desavenencias los Echenique, Espinar, Mayoral, Maestre y compañía. A golpe de hashtag van hurgando en la herida del compañero. #Asínosepuedeavanzar.

La división entre los dos líderes tiene un efecto dominó y los «disensos» afloran por todo el territorio. Madrid es el centro de las batallas, pero lo que pasa en Balears también es un buen ejemplo de la guerra interna.

Enfrentamientos que tratan de tapar con una presencia constante en los medios con un mensaje que cada vez compra menos gente, menos compañeros y compañeras en lenguaje de Podemos.