Varios lectores echaron de menos en mi último artículo del primero de enero («Gustos y disgustos literarios») la inclusión de determinados autores y la ausencia de mención a creadores literarios de ciertos países. Trataré de complacerlos, parcialmente, hoy.

Por lo que respecta a la literatura en lengua alemana, he de confesar mi predilección por Franz Kafka, nacido en 1883 en Praga, capital de Bohemia, parte integrante entonces del Imperio Austro-húngaro. La Metamorfosis, El Juicio y El Castillo son, a mi juicio, obras cumbre de la literatura universal, sin desdeñar la mayoría de sus relatos (en especial Informe para una Academia, Descripción de una Pelea, El Portón, El Escudo, De Parábolas, Un Cruce y el inquietante Bucéfalo, el mítico corcel de Alejandro convertido en letrado con el paso del tiempo). Por cierto, debo decir que cuando Kafka leía a sus amigos partes de su obra en los cafés de Praga la reacción de aquéllos era de absoluta hilaridad, por lo que tal vez se nos escapen muchas de las claves de las que provocaban esa, para nosotros, sorprendente reacción. Debo mencionar a Thomas Mann, a Theodor Fontane, a la incisiva Marie von Escher-Eschenbach, a Rainer Maria Rilke, a Stefan Zweig, a Elias Canetti y a Hermann Hesse. Tras la segunda guerra mundial, he de mencionar a Heinrich Böll y Günter Grass y más recientemente a Akif Pirinçci, un alemán de origen turco cuya novela negra Felidae (1989) sigue pareciéndome una de las novelas policiacas más originales de todos los tiempos ya que el protagonista es un gato llamado Francis que investiga los asesinatos de varios miembros de su especie en una ciudad alemana. Hoy son ocho los títulos protagonizados por el insólito detective en los que el autor no se priva de debatir muchos de los problemas éticos y filosóficos contemporáneos.

En cuanto a la literatura escandinava, hago una excepción a mi desapego por el teatro (me resulta difícil dar credibilidad a la mayoría de actores, incluidos los consagrados y puestas en escena) para mencionar a grandísimos dramaturgos como Ibsen y Strindberg: también a los novelistas noruegos Knut Hamsun y Sigrid Undset, ambos ganadores del premio Nobel. En mis primeros años en Noruega me impactó mucho la insólita comicidad del escritor danés Leif Panduro (descendiente de uno de los españoles que fueron a Dinamarca con las tropas que capitaneó el Marqués de la Romana); también la novela negra del noruego Jon Michelet (traduje al castellano su «Como la nieve, blanca»), la excelente narrativa del sueco de finales del siglo XIX Hjalmar Söderberg («La juventud de Martin Birck» es un bellísimo alegato feminista avant la lettre) y muchos de los autores que recientemente han introducido el paisaje escandinavo en la historia de la novela policiaca, en especial Stieg Larsson y su serie Millenium; a este respecto, debo decir que las traducciones de sus obras al español dejan mucho que desear: en lugar de «Los hombres que no amaban a las mujeres hubiera preferido «Misóginos » y en vez del absurdo y requintado «La reina en el palacio de las corrientes de aire », «El castillo en el aire que estalló », que es la traducción literal de «Luftslottet som sprängdes».

En un próximo artículo expondré mis gustos y disgustos en lo relativo a la literatura sudamericana.