Atrás quedaron los días de la fraternal curda entre Bill Clinton y Boris Yeltsin. Cuando se reúnan Trump y Putin lo harán brindando con té, pues ambos se declaran abstemios y no fumadores, lo cual es una contradicción con la mayoría votantes rusos y estadounidenses.

Dudo que el té sea más pacífico que el alcohol, un maravilloso invento del alquimista Ramón Llull, quien mejoró la destilación árabe y logró el eau de vie, dando esa inspiradora alegría que culminó en plataforma etílica para lograr el Renacimiento occidental. Pero los que deben están más preocupados por ese próximo brindis con teína son los mil millones de chinos, que ven que como se cierne una alianza ruso-americana (ya fue vaticinada por Gore Vidal) que hará de contrapeso al espectacular crecimiento del poder asiático.

Trump y Melania bailaron ayer al son de My Way, lo cual me recuerda que Frank Sinatra hacía gárgaras con bourbon para afinar las cuerdas vocales. Algo muy recomendable para los estudiantes del Conservatorio de Ibiza, que practican el descenso de escaleras con el cello, por el tsunami de las goteras y el vergonzoso abandono institucional.

Porque en las Pitiusas sufrimos una ola de frío siberiano mezclada con lluvias torrenciales. Ayer tuve que desplazarme en zodiac para asistir a una reunión en Santa Gertrudis. Ofrecían té con pastas, pero al ver mi cara de susto enseguida agregaron un chorrito de ron a la infusión y torraron una sobrasada en la chimenea.

Son las ventajas hedonistas de la civilización.