Hay más responsabilidad en una mesa de fulleros que en el corral político. El jugador que hace trampas, literalmente se juega la vida y el ostracismo ludópata; el que no paga lo apostado, teme que le rompan las piernas. En cambio en la cosa pública, con toda su maraña legalista, hay tramposos e incapaces que parecen blindados contra cualquier responsabilidad.

Es un escándalo que los fondos recaudados con la polémica ecotasa en Ibiza y Formentera vayan súbitamente destinados a unas obras que ya tenían presupuestada su partida de gastos. (¿A dónde entonces va la pasta sobrante?).

Lo cual significa que o bien recaudan demasiado, o que piensan que no hace falta arreglar lo que exigían los ayuntamientos pitiusos, o que se pueden trasvasar fondos de un lado a otro en río revuelto con dinero abundante a mangonear. Sea como fuere (y posiblemente sean las tres opciones) suena como un robo descarado.

Los que cortan el bacalao balear gritan contra la injusticia de la financiación estatal, pero luego se apropian de los fondos que deberían corresponder a las Pitiusas. Es la pescadilla que se muerde la cola, pero nuestros alcaldes quedan como unos pezqueñines que, a excepción de los populares, no se atreven siquiera a protestar contra la injusticia de sus camaradas mallorquines.

El último informe de Transparencia Internacional denuncia que España tiene una posición muy grave en su percepción de la corrupción. Algo así como una república bananera dentro de Europa. Y con harta frecuencia la administración del dinero público resulta tan vergonzosa como delirante.

Prefiero las mesas de juego.