Debo a dos compañeros de carrera el descubrimiento tardío de un pensador singular conocido en Alemania como «el Nietzsche colombiano». Se trata de Nicolás Gómez Dávila (1913-1994), cuya obra fue publicada por primera vez en España en 2009, veintidós años después de haber sido traducida al alemán.

La obra de Gómez Dávila consiste básicamente en aforismos que él denominó escolios y el DRAE define como «notas que se ponen a un texto para explicarlo». Lo curioso es que los del pensador colombiano, que se define como «reaccionario auténtico», lo son «a un texto implícito» y, por tanto, inexistente. Su definición de reaccionario es la de «quien asume la vanidad de condenar la Historia y la inmoralidad de resignarse a ella». En un artículo memorable titulado precisamente «El reaccionario auténtico», Gómez Dávila explicita la esencia de su reaccionarismo analizando los mecanismos de la Historia: «La Historia es una necesidad que la libertad engendra, y la casualidad destroza … Ser reaccionario es defender causas que no ruedan sobre el tablero de la historia, causas que no importa perder. Ser reaccionario es saber que sólo descubrimos lo que creemos inventar; es admitir que nuestra imaginación no crea, sino desnuda blandos cuerpos. Ser reaccionario no es abrazar determinadas causas, ni abogar por determinados fines, sino someter nuestra voluntad a la necesidad que no constriñe, rendir nuestra libertad a la exigencia que no compele; es encontrar las evidencias que nos guían adormecidas a la orilla de estanques milenarios. El reaccionario no es el soñador nostálgico de pasados abolidos, sino el cazador de sombras sagradas sobre las colinas eternas».

Esa declaración de principios se concreta en escolios impagables: «Dos seres inspiran hoy particular conmiseración: el político burgués que la historia pacientemente acorrala y el filósofo marxista que la historia pacientemente refuta».

Particularmente agudas me parecen sus reflexiones sobre la aristocracia: «Dos condiciones son necesarias para que una aristocracia nazca: que las leyes no lo impidan y que no lo faciliten». «La aristocracia auténtica es un sueño popular traicionado por las aristocracias históricas». «En tiempos aristocráticos lo que tiene valor no tiene precio; en tiempos democráticos lo que no tiene precio no tiene valor». «Noble no es el que cree tener inferiores, sino el que sabe tener superiores».

Tampoco tienen desperdicio sus escollos sobre la revolución: «El revolucionario es, a la postre, un individuo que no se atreve a robar solo». «El equívoco de la Revolución Francesa no es excepción sino regla. Los revolucionarios son meramente la tropa ligera que despeja el terreno, la burguesía es la infantería de línea que lo ocupa. Llámase burguesía a toda clase revolucionaria posesionada». «Las burocracias no suceden casualmente a las revoluciones. Las revoluciones son los partos sangrientos de las burocracias». «Los intelectuales revolucionarios tienen la misión histórica de inventar el vocabulario y los temas de la próxima tiranía». «Las ideas de izquierda engendran las revoluciones, las revoluciones engendran las ideas de derecha». «Después de toda revolución el revolucionario enseña que la revolución verdadera será la revolución de mañana. El revolucionario explica que un miserable traicionó la revolución de ayer». «Bienaventurados los revolucionarios que no presencian el triunfo de la revolución». «Toda revolución nos hace añorar la anterior». «Las revoluciones tienen por función destruir las ilusiones que las causan». «El revolucionario no descubre el ‘auténtico espíritu de la revolución’ sino ante el tribunal revolucionario que lo condena». «Para detestar las revoluciones el hombre inteligente no espera que comiencen las matanzas». «La estupidez es el combustible de la revolución».

También son memorables sus escolios sobre religión, pero por razones de espacio, quedan para otro día. Hoy me limito a citar esta: «Ni la religión se originó en la urgencia de asegurar la solidaridad social, ni las catedrales fueron construidas para fomentar el turismo».