Méjico, país telúrico, mosaico de culturas, sensaciones y bullicio delirante, por eso me duele que Pato-Donald Trump en su afán proteccionista de un EEUU sólo para los estadounidenses (sin patio trasero) haya decidido no levantar un muro, que en parte ya existe, pero sí reforzar y ampliar el muro que separa Gringolandia de los Estados Unidos Mexicanos. Lo paradójico es que el muro está sobre territorio históricamente mejicano y juniperiano, sobre un terreno que fue robado a Méjico por EEUU, como se aprecia en la película Grupo salvaje de Peckinpah. Aunque Trump ponga en marcha esa muralla china, los espaldas mojadas van a seguir entrando, de poco va a servir la obra faraónica. Trump no es un accidente, ha llegado a la presidencia porque (aquí tenemos el ejemplo de Podemos) los políticos tradicionales (Hillary, Obama, los senadores de House of Cards) han convertido a su país en una piñata controlada por una aristocracia política de intereses espurios y de ese humus contaminado emergen los rascacielos del susodicho Trump que encima da confianza al índice industrial de Walt Street y a unos norteamericanos hartos de lo políticamente correcto. Está claro que Trump es hispanófobo y su ética protestante de Mayflower y de conquista del Oeste está causando una evidente inestabilidad de sus relaciones con Méjico. Quiere estar bien con Putin y no deja de provocar al presidente Peña y encima, como dijo nuestro Rafa Nadal, no sabe guardar las formas y tiene la osadía de decirles a los mejicanos, en plan superpotencia, que ellos van a pagar su propio muro de Berlín. Me viene a la cabeza la Canción 187 del gran Juan Gabriel: «Adiós gringos peleoneros / buenos pa’las guerras son / ellos creen que dios es blanco / y es más moreno que yo».