Te quiero cada mañana, cada atardecer, cada noche, cada día, cada vida. Te quiero cuando me despierto y eres la primera luz que ven mis ojos y cada noche cuando sonrío cosida a tus sonrisas. Te quiero cuando das mil vueltas a la cuchara del café, cuando suspiras, cuando hablas y cuando callas. Te quiero cuando me enfadas y cuando me haces reír. Te quiero con la certeza de quien sabe que hace lo correcto y que no puede haber un lugar más hermoso que tus brazos. Te admiro, te aprecio, te respeto y te valoro con la misma intensidad y el mismo volumen que este amor que me nace de dentro y que me recorre las 24 horas del día.

No necesito que sea San Valentín, nuestro aniversario, tu cumpleaños ni Navidad para demostrarte con cenas, regalos y pasión los límites de mi compromiso contigo. Simplemente te quiero, aunque algunas veces mi ceño fruncido, mis respuestas parcas o mis acciones no lo griten.

No preciso que ningún calendario me recuerde en fechas estipuladas la suerte que tengo por haberte encontrado, pero no reniego de usarlo como una razón más para decírtelo. Este artículo es una declaración de amor y sí, lo escribo hoy porque este martes es San Valentín y este es mi regalo.

El amor verdadero no es el primero, del mismo modo que hay varios tipos de amigos, con los que aprendemos a montar en bici, a conducir y a aparcar los miedos, hay varios tipos de “amores de tu vida”. En esta vida, en la que hoy estoy subida, tú lo eres todo. No me importa si mañana desapareces porque te habré tenido. Al final el verdadero amor no conoce de posesión, de pertenencia ni de necesidad. Es generoso, noble y puro y no concibe de obligaciones ni adicciones.

Llegaste en el peor momento; sigiloso y sin hacer ruido. Respetando mi duelo, acompañando mi dolor, apoyando mi cabeza cuando se me caía de los hombros y llenando mi corazón viejo de esperanza.

Pintaste mis días de verde, me diste fuerzas, valor y coraje para enfrentarme al mundo y, sobre todo, me ayudaste a recuperar mi esencia, mi inocencia y mi optimismo cuando mis días y mis noches eran negros y oscuros. Pusiste calidez en mi sonrisa, templaste mi enfado con el mundo y me recordaste la importancia del aquí y del ahora. Gracias a ti volví a recuperar el sueño y los sueños.

Tú me enseñaste a no tener miedo; ese escalofrío azul del que hoy solo queda el recuerdo y del que hablaba el domingo pasado en esta tribuna. Tú me explicaste que las matemáticas se aplican a cualquier cosa y me desgranaste la ecuación secreta de la felicidad.

Lo más bonito que me has dicho nunca no tiene tintes románticos ni edulcorados. No hizo alusión a atributos físicos ni a cualidades intelectuales o sociales. En un concierto benéfico, cogidos de la mano, aseguraste que era la mejor persona que habías conocido y tu inspiración para que serlo fuese también tu meta. No creo que lo merezca, no obstante, lo que yo no te dije esa noche, es que mi te quiero era idéntico al tuyo. Feliz San Valentín cariño, hoy, el martes, y todos los días de esta vida en la que simplemente somos mejores juntos.