En el último programa de l’Entrevista de la TEF, la entrevistada en cuestión decidió responder en castellano, mientras que yo le formulaba las preguntas en ibicenco. Cuál fue mi sorpresa cuando, al cabo de unos días y después de haber compartido este espacio en redes sociales, hubo un comentario de alguien que me llamó la atención. Era una persona que se alegraba y nos felicitaba porque en la TEF pudiéramos utilizar ambos idiomas para expresarnos siendo las dos ibicencas, a lo que añadía las barreras e inconvenientes con los que se había topado en otros medios de comunicación por no hablar en catalán. De hecho, explicaba que le habían concertado un reportaje para hablar de su profesión en un determinado canal de televisión y unos días antes se lo echaron para atrás porque no hablaba catalán. Soy hija de andaluz e ibicenca y en mi casa siempre se han hablado los dos idiomas indistintamente, nací en Ibiza y tengo un profundo respeto por nuestra cultura y nuestras tradiciones, de la misma manera que siempre defenderé la libertad de expresión. En esta vida hay que sumar, y no restar, y soy de las que piensa que todo lo que se impone acaba generando rechazo. En este sentido, me parece un error que se pongan trabas con el idioma. Cada uno tiene derecho a expresarse como mejor sepa, quiera o le apetezca, sin necesidad de tener que hablar de una determinada manera para poder hacer o dejar de hacer ciertas cosas. Que se considere el catalán como un mérito me parece excelente, pero que se establezca como un requisito indispensable creo que es algo que acaba siendo contraproducente y perjudicial para todos. Bastante difícil es conseguir que vengan profesionales a trabajar a Ibiza, con todo el coste añadido que supone la insularidad, como para que encima les exijamos que hablen un perfecto catalán. De la misma manera que en la TEF no se cierran, ni se cerrarán nunca las puertas a nadie independientemente del idioma que hable, no le cerremos las puertas de nuestra maravillosa isla a ningún castellanoparlante.