Antes era «De Madrid al cielo» o «Madrid en verano y sin familia Baden-Baden». Ahora es Ahora Madrid, porque el vasto horizonte ideológico de Pedro Sánchez de la Preveyéndola (cuatro letras y dos palabras: «no es no») le hizo renunciar a la alcaldía de la capital de España para instalar en ella a una ex juez populista, sectaria y antisistema empeñada en mortificar de la mayoría de los madrileños que no la votaron.

La señora alcaldesa tiene en su equipo eminencias como Rita Asaltacapillas (una enemiga declarada de la sintaxis, la del «arderéis con el treinta y seis») y Carlos Sánchez Matos, ex directivo de una empresa que, tras un ERE de 30 días por año en lugar de 45, (!), acabó en concurso de acreedores: todo un curriculum. Tampoco le falta el valioso apoyo de Guillermo Zapata, el de los judíos en un cenicero de un 600 y del chiste sobre Irene Villa. Por graciosos que no quede porque lo de gestionar es otro tema: la gestión de la señora alcaldesa se puede resumir así: sablazo fiscal a los madrileños, exceso de gasto sobre el presupuesto de 244 millones de euros y el municipio importante que menos empleo ha generado el año pasado. Hay que reconocer que no están mal esos registros y agradecer a la grandeza de miras del defenestrado Sánchez de la P, logros de tanta importancia, pero no se puede esperar menos del ideólogo que maneja dos palabras de dos letras como bagaje intelectual.

Carmena es muy moderna y quiere fomentar el uso de la bicicleta, que es método infalible de llegar sudado al trabajo después de alarmar a numerosos peatones; también la cesión de espacios municipales a colectivos okupas que, como es sabido, incrementan grandemente el PIB de los países que los toleran; además, está empeñada en cerrar al tráfico la Gran Vía para convertirla en Pequeña y arruinar, de paso, el comercio que alberga. También desea la bienvenida a los refugiados que nadie quiere con una pancarta descomunal en lo alto de la tarta de nata de la sede del Ayuntamiento de Madrid, antes Casa de Correos: «Welcome Refugees».

Lo peor del desaguisado es que bastaría un solo concejal decente, o simplemente sensato, del PSOE para poner fin a la pesadilla, pero la conocida catadura moral de los afiliados a ese partido es bien conocida desde los tiempos de la Segunda República.