Llevamos 12 días viviendo la Cuaresma, que no es un mandato ni una imposición, sino una ayuda para, siendo mejor cristianos, ir caminando hacia la Pascua, hacia la Resurrección de Jesús, inicio de nuestra resurrección.

El Papa Francisco nos ha recordado en esta ocasión que “en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona”,

La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia desde siempre nos propone: el ayuno, la oración y la limosna. Quisiera, en esta oportunidad, estimados hermanos y amigos, animaros a ser personas de oración, de forma que teniendo un encuentro más fuerte y más vivo con Dios, eso nos haga tener asimismo un encuentro más vivo y fraterno con las demás personas, mirándolas como lo que son: hermanos nuestros creados por el mismo Padre que es Dios.

Importante es la oración que hacemos asistiendo, como nos corresponde, a la Santa Misa, especialmente todos los domingos y días de fiesta, pero es algo que podemos hacer también todos los días. En este tiempo de Cuaresma es también un modelo importante de oración rezar el Viacrucis, meditación de los momentos y sufrimientos vividos por Jesús desde que fue hecho prisionero hasta su muerte en la cruz y posterior resurrección. Al rezarlo, recordamos con amor y agradecimiento lo mucho que Jesús sufrió por salvarnos del pecado durante su pasión y muerte.

No se ora se ora en cumplimiento de órdenes, sino que se ora porque se ama a Dios y se quiere hacer más fuerte nuestra relación con Él, que es Amor. El cristiano no ora sólo para llamar a Dios en su socorro, sino que, ante todo, tiene necesidad de expresar a Dios su alabanza, su admiración, su reconocimiento y así estar más unido con Él. Así es bueno e importante orar con la mayor frecuencia posible, incluso en medio de sus ocupaciones. Nuestro trabajo puede ser un modo de glorificar a Dios, si lo hacemos bien y si se lo ofrecemos de una manera explícita. Sin embargo, la oración, para merecer este nombre, supone un breve alto durante el cual, como escribe Santiago, os acercáis a Dios, y Él se acerca a vosotros. Y de hecho los cristianos que piensan a menudo en Dios durante la jornada son los que consagran cada día algún tiempo a la oración propiamente dicha.

«Tú cuando ores...» Jesús nos deja total libertad en lo que se refiere a la cantidad, la duración y el horario de nuestras oraciones, con tal que oremos cada día. No habré de orar «porque sea la hora», pero como la oración es para mí tanto un deber como una necesidad, le reservaré libremente en mi jornada en determinados momentos.

Encontramos a Dios en la oración y es, primero, para adorarlo, darle gracias e implorar su perdón. Pero al mismo tiempo que nosotros nos abrimos a Él, Dios se revela a nosotros; responde a nuestras invocaciones y nos pide que acojamos las suyas. La oración nos hace entrar así en su pensamiento y nos permite exponerle filialmente nuestras necesidades. Y cabe señalar que nuestra oración ha de ser confiada, sabiendo que nuestro Padre conoce todas nuestras necesidades y que vendrá en nuestra ayuda.

Que en la Cuaresma nos acostumbremos a ser personas de oración y disfrutando de la oración, anímenos a los demás a orar: los padres siendo personas orantes alienten a que lo hagan los hijos; los buenos maestros a sus alumnos estimados y necesitados; los sacerdotes siendo ejemplares en ello, a sus fieles. En definitiva orar con Dios que es nuestro Padre nos da paz, alegría, tranquilidad, animación, bondad, misericordia… Seamos pues personas de oración, que la Cuaresma nos mueva a ello, y siendo así ayudemos a que los demás también lo sean.