Me encanta que haya un teniente de alcalde de Sant Antoni de Pormany como Pablo Valdés, que se traviste en carnaval y que, por unos días al año, se pone el mundo por montera, que es lo que se acostumbra a hacer en carnaval en todos los lugares en que se celebra. Pablo es un tío auténtico y poco común, para lo que se ve usualmente en política y aún más ocupando un cargo público. Y además no quiere dejar de serlo, que es lo mejor. Yo no le conozco personalmente pero por lo que leo en la prensa y leo en las redes sociales, me encanta. Es un chico joven, con firmes convicciones y una ideología muy determinada, dispuesto a pringarse para intentar cambiar las cosas que no le gustan de su sociedad y de su municipio, que son muchas. A mí, francamente, me parece muy loable y en parte le envidio, porque yo era un poco así a su edad, pero por desgracia y por pragmatismo, poco a poco he ido perdiendo ese punto de rebeldía y de irreverencia propios de esa etapa de la vida.
Sucede que, intentando cambiar las cosas, acabas por asumir responsabilidades, ya sea en un sindicato, en un partido, en una asociación o donde sea. Y entonces desde esos puestos representativos de todo un colectivo, de más gente que no eres solo tú, ya no puedes hacer lo que te da la gana, porque entonces perjudicas al grupo. No se trata de censurarse a uno mismo, sino de entender que ya no puedes hacer lo que te da la gana, porque todo lo que uno hace y dice es examinado con lupa. Pero es el mismo barrizal en el que hace dos años estaban sus rivales políticos, no se vaya a creer, y del que él se servía para tenderles emboscadas como las que ahora él ahora padece. Pero Pablo, créeme, si interiorizas que eres teniente de alcalde de tu pueblo y evitas comportarte como si no lo fueras, les pondrás las cosas mucho más difíciles.