A pesar de los embates de los vientos y fríos habituales, este invierno ha sido accidentado, pero con fases de altas temperaturas. Escucho a un biólogo que avisa del despertar vigoroso de la oruga tóxica, que cae del árbol para emprender su procesión en busca de brotes tiernos en nuevos pinos (cedros o abetos también le gustan).

No las verán desfilar de una en una. Es su sistema de defenderse de los pájaros que desde el aire solo divisan una larga rama en el suelo, con este color característico, negro y anaranjado formando una hilera impresionante que culebrea hasta un nuevo árbol al que defoliar. Esto ocurrirá siempre que las temperaturas nocturnas superen los 0º. Las orugas no soportan temperaturas inferiores si no es dentro de su cápsula blancuzca característica, donde hibernan.

Esta situación se está dando ya, lo cual nos anticipa una auténtica eclosión de la procesionaria primaveral, con los peligros consiguientes. Por ejemplo, sus pelos venenosos que pueden adherirse por contacto o por traslado del viento. Lo mejor es mantenerse lejos y apartar a los niños, que suelen mostrar la tendencia a manipularlas con un palito o con el pie. Debe evitarse, incluso muertas se desprenden de los pelos mortíferos que puede acarrear consecuencias, sobre todo si entran en contacto con los ojos o las mucosas.

Los perros, más si son cachorros, sienten una atracción irresistible por estas criaturas y llegan a mordisquearlas. Una idea peligrosa que puede suponerles pérdida de parte de la cara y con frecuencia se quedan sin lengua, pues necrosa el tejido. Solo una atención urgente del veterinario puede salvarlo. Incluso puede producirles la muerte por asfixia si la oruga ha llegado al interior de la boca o la laringe.