Hace ya más de veinte años, cuando Erdogan era alcalde de Estambul, publiqué más de un artículo advirtiendo que caracterizarlo de «islamista moderado» era un error grave. Creo que no iba descaminado. Moderación e Islam son términos mutuamente excluyentes. La aparente moderación que en ocasiones muestran los musulmanes no es sino el ejercicio de la taquiya (prudencia, temor, cautela) o disimulo pío, toda una institución en la doctrina islámica.

Que dos países europeos, en ejercicio de su soberanía, hayan impedido a algunos ministros turcos hacer campaña activa en favor de un proyectado referéndum que, de ganarse, significará la vuelta al califato, ha molestado extraordinariamente al moderado Erdogan, hasta el punto de llegar a calificar de nazis a los políticos alemanes y holandeses. También ha amenazado con represalias a Holanda y Alemania, además de amagar con romper el tratado sobre los refugiados.

El jefe de su diplomacia ha vaticinado que «pronto habrá guerras de religión en Europa», algo que, mucho antes, había pronosticado Gadafi al afirmar que la mejor arma del Islam para conquistar Europa eran los vientres de sus mujeres. A este respecto, el moderado Erdogan ha exhortado a los ciudadanos turcos que residen en la Unión Europea a tener no ya tres, como había hecho antes, sino ahora cinco hijos. Mientras tanto, un influyente imán turco anima a su Gobierno a disponer cuando antes del arma nuclear.

En 1992, en una conferencia en el Instituto de Empresa Americano, plasmada en un artículo del año siguiente en la revista Foreign Affairs, Samuel P. Huntington pronosticó que las identidades culturales y religiosas serían la principal fuente de conflicto en la post-guerra fría. No faltaron ingenuos que se apresuraran a inventar la «Alianza de civilizaciones» como exorcismo todo a cien al riguroso análisis del politólogo norteamericano.

Cuando uno averigua que un imán residente en Gran Bretaña ha denunciado al Reino de España ante el Tribunal europeo de derechos humanos por las procesiones de Semana Santa que, según él, son «una ofensa al Islam», uno se pregunta hasta cuándo seguirán en la inopia esos gobernantes europeos incapaces de defender sus valores.

El martes pasado, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminó que el hecho de que las empresas prohiban el uso visible de cualquier signo político, filosófico o religioso no «constituye una discriminación directa y, por lo tanto, es acorde con las leyes europeas. Mientras tanto, en España, un juzgado de Palma se ha pronunciado en sentido contrario y ha avalado el uso del hiyab en el trabajo, al dar la razón a una empleada que demandó a la empresa Acciona. Ana Saidi Rodríguez denunció a la compañía cuando sus jefes le impidieron atender al público en los mostradores de facturación del aeropuerto de la capital balear con el pañuelo en la cabeza. España es, ciertamente, diferente.