Del mismo modo que todo lo situado a la izquierda ha sido considerado durante siglos oscuro y negativo, de hecho el antónimo de diestro es siniestro y usamos el eufemismo «zurdo» para quienes tenemos «la mala pata» de escribir con «la otra mano» y levantarnos cada mañana con el pie «equivocado», estos días escuchamos llamar a terroristas y asesinos algo tan poético como «lobos solitarios». No sé si escuchar “Lobo hombre en París” de La Unión durante décadas, haber llevado flores cada año de niña a la tumba de Félix Rodríguez de la Fuente en Burgos, cuajada de esculturas de estos maravillosos animales, o tener un perro “mil leches” que me ha demostrado lo que es la fidelidad y el amor extremo han podido sesgarme, pero tengo otros muchos calificativos menos hermosos y más certeros para asesinos como los que han cercenado las vidas de varios inocentes esta semana en Londres o en Siria.

Les confieso que me enfada en sobremanera la acepción de esta metáfora para designar a quienes deciden matar en defensa de la radicalidad, del racismo, de la supremacía, de la imposición de ideas, de dogmas y de la conquista de países o territorios. No son lobos solitarios sino calaña; tampoco podemos calificarlos de locos, porque en muchos casos no están enfermos sino podridos de odio y de ira por dentro. No veo necesario insultar a sus madres, quienes ya tienen bastante con haber engendrado a tales monstruos carentes de alma y de valores, y los machos de las cabras tampoco tienen la culpa de que los usemos como insulto recurrente. No son lobos solitarios, puesto que ni el más sanguinario animal actuaría como esta locución creada por el comediógrafo latino Plauto en su obra “Asinaria”, donde afirmaba que el lobo es el hombre para el hombre, y no hombre cuando desconoce quién es el otro: “Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit”. Una frase popularizada por el filósofo inglés Thomas Hobbes, quien la adaptó en su obra “De Cive” afirmando que “el hombre es un lobo para el hombre”, y una teoría que tuve que defender en mi examen de selectividad para rozar el aprobado, pero con la que nunca he estado de acuerdo. Soy más de los que creen, como defendía Séneca, que “el hombre es algo sagrado para el hombre”, lo conozca o no. Al menos así me han educado en mi casa que es el gran libro de donde partimos todos.

Me es absolutamente imposible empatizar y meterme en la cabeza de aquellos que deciden atropellar o disparar a personas sin importarles sus vidas, sus familias ni sus destinos. Considero imposible justificar en medida alguna a los que no muestran respeto por la libertad de quienes tenemos la suerte de poder pensar por nosotros mismos, sin que nos ensucien la mente con represalias retorcidas de otra época, y no sabría cómo actuar si tuviese que juzgar a este tipo de personas. Si les soy sincera, cada vez que atacan con su odio solo me producen más pena. Lamento mucho que no den valor a sus vidas y a las nuestras, que se crean esa mierda de una recompensa en otra esfera o Paraíso o que, simplemente, no piensen en el producto de sus actos.

Yo, como periodista, no concedería tantos minutos, titulares y portadas a estos “lobos solitarios” o a estas “manadas de asesinos”, porque es darles pábulo y publicitar su horror, y tampoco me convertiría en un “ganadero” sediento de sangre contra quienes han sesgado la vida de sus “rebaños”. No terroristas, no os merecéis ni una línea más que describa vuestra insignificante historia, ni una metáfora, ni nada que se parezca a la poesía, porque en vuestras vidas no hay nada hermoso y artístico, sino oscuridad, dolor y hambre de amor. Sois las personas más pobres que existen sobre la faz de la tierra. Aullad malditos.