El otro día nos disponíamos a tomar algo tras una relajante jornada de playa y decidimos ir por la zona de Talamanca. Estábamos aparcando cuando vimos cómo una persona que paseaba con un perro dejó que su mascota defecase sin recoger, segundos después, los excrementos. Ahí se quedaron, bien calentitos en la acera y a disposición de ser pisados por algún ciudadano despistado que no mira lo que pisa cuando camina. Cuando esta persona se dio cuenta de que estábamos mirando con cara de alucinadas estiró de la correa a su can para salir casi, literalmente, corriendo calle arriba. Salimos del coche y le dijimos que recogiera los excrementos de su perro, pero esta persona siguió a paso muy rápido, sin inmutarse y sin levantar la cabeza del móvil (espero que de la vergüenza que debió sentir al ver que le llamaban la atención...). Obviamente, la conversación que tuvimos mirando la puesta de sol fue sobre la escena que acabábamos de ver. El ser humano es incoformista por naturaleza y siempre tiene algo de lo que quejarse porque le parece mal, porque no lo tiene o porque, simplemente, quiere dar su opinión. La ciudad está sucia, sí, y se deberían reforzar con la llegada de turistas los servicios de limpieza, pero también debe estar en la conciencia del vecino y del turista el intentar ser un poco más cuidadosos y un poquito más cívicos. O, en otras palabras, ser menos guarros. En esa misma semana también vi cómo una persona que caminaba por avenida Espanya se paró a recoger una lata de refresco que estaba tirada en un portal para depositarla en una papelera. ¿Qué le hubiera costado a la persona que se tomó antes esa coca cola en el portal tirarla a la papelera que tenía enfrente?