Mañana comenzamos en mes de mayo, un mes primaveral, muchas familias católicas van a vivir en este mes la recepción de algún sacramento, bautismo, primera comunión, confirmación, por parte de un familiar; es un mes en el que celebramos también la fiesta de la madre, y así las flores son el regalo más frecuente de los hijos para agasajar a quien les dio la vida. En muchos de nuestros pueblos habrá fiestas hermosas, como en Santa Eulalia el Primer Diumenge de Maig, en Vila la Feria de Eivissa Medieval, a finales de mes en Formentera la fiesta de San Ferrán.

Y al lado de todo ello y para vivir bien y mejor aún, los católicos celebramos este mes de mayo como el Mes de la Virgen María, un tiempo especial para recordar y honrar a María como Madre de todos los hombres. María nos cuida siempre y nos ayuda en todo lo que necesitemos. Ella nos ayuda a vencer la tentación y conservar el estado de gracia y la amistad con Dios para poder llegar al Cielo. María es la Madre de la Iglesia y Madre de toda la humanidad.

Es importante honrar, venerar y aprender de la Virgen María. «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1, 48), dijo María al visitar a su prima Isabel. Precisamente estas palabras se cumplen en tantos y tantos lugares de la tierra, y de una forma especial, además de las fiestas, el mes de mayo es una oportunidad de hacerlo. Dios envió a su Hijo haciéndolo nacer a través de María de Nazaret. Y cuando Jesús cumplió la misión encomendada, nos dio a su Madre como madre nuestra, madre de toda la humanidad.

Y así, con la ayuda de Dios, desde entonces y para siempre María está presente en medio del Pueblo de Dios, convocado por la voluntad del Padre en la Iglesia. «Esta presencia de María —como escribió San Juan Pablo II en la Encíclica «Redemptoris Mater»— encuentra múltiples medios de expresión en nuestros días al igual que a lo largo de la historia de la Iglesia. Posee también un amplio radio de acción: por medio de la fe y la piedad de los fieles, por medio de las tradiciones de las familias cristianas o «iglesias domésticas», de las comunidades parroquiales y misioneras, de los institutos religiosos, de las diócesis, por medio de la fuerza atractiva e irradiadora de los grandes santuarios, en los que no sólo los individuos o grupos locales, sino a veces naciones enteras y continentes buscan el encuentro con la Madre del Señor, la que es bienaventurada porque ha creído (Redemptoris Mater, 28).

La idea del mes de mayo dedicado a la Virgen María es algo que dura varios siglos. Las primeras referencias en la historia del «Mes de María» son del siglo XIII, en el que el Rey Alfonso X el Sabio, Rey de Castilla, invita a rogar a María en una de sus Cantigas, “Bienvenido Mayo”. En el siglo siguiente los joyeros de París llevaban a la Virgen un “mayo”: rama de plata adornada con brillantes y cintas. El mismo diccionario de la lengua castellana recoge la acepción. En el siglo XVI la devoción se extiende por Alemania e Italia: un monje alemán legó un pequeño opúsculo titulado “Mayo espiritual”, en el que figura el primer esbozo de la celebración del Mes de María. Por esas fechas San Felipe Neri aconsejaba a los jóvenes veneraran a María durante el mes de mayo. En concreto, entre nosotros el Beato Francisco Palau, durante los años de permanencia en las islas tuvo ocasión de verificar que se practicaba como un «ejercicio piadoso y el trató de promoverlo aún más para que fuera algo adecuado para la vida cristiana.

Por eso, animaros a vivir este mes de mayo expresando día tras día, todos los días, la devoción a la Virgen María. Mirar a María como a una madre: Platicarle todo lo que nos pasa: lo bueno y lo malo. Saber acudir a ella en todo momento. Demostrarle nuestro cariño: Hacer lo que ella espera de nosotros y recordarla a lo largo del día. Confiar plenamente en ella: Todas las gracias que Jesús nos da, pasan por las manos de María, y es ella quien intercede ante su Hijo por nuestras dificultades. Imitar sus virtudes: Esta es la mejor manera de demostrarle nuestro amor. Debemos darle un lugar especial a María no porque sea una tradición de larga data en la Iglesia o por las gracias especiales que se pueden obtener, sino porque María es nuestra Madre, la madre de todo el mundo y porque se preocupa por todos nosotros, intercediendo incluso en los asuntos más pequeños.