El Evangelio de este domingo nos habla de que Cristo es nuestro Pastor y nosotros su rebaño. La Historia de la Iglesia nos enseña que el rebaño de Cristo ha tenido siempre enemigos internos y externos. Unas veces los enemigos se introducen en el redil ocultándose para hacer daño desde dentro; otras lo hacen desde fuera, abierta y violentamente.

En la alegoría del Buen Pastor y de las ovejas, podemos reconocer a Jesucristo y a su Iglesia. Nuestro Señor anunciaba que lo habían perseguido a Él, y que también nos perseguirían a nosotros. El Buen Pastor de nuestras almas no es como el mercenario, que viendo venir al lobo, desampara las ovejas y huye; y el lobo las arrebata y dispersa el rebaño. Jesús es el Buen Pastor que da la vida por las ovejas. Que va delante de ellas, que las ovejas oyen su voz y le siguen. El Señor hace uso de esta imagen, tan familiar a sus oyentes para mostrarles una enseñanza divina. Ante tantas voces extrañas, tantas falsas doctrinas e ideologías, es necesario reconocer la voz de Cristo- actualizada siempre por el Magisterio de la Iglesia y seguirle, para encontrar el alimento abundante de nuestras almas. El alimento que el Señor nos proporciona es el Pan de la Palabra de Dios y el Pan de la Eucaristía. La imagen del Buen Pastor evoca un tema preferido de la predicación en el Antiguo Testamento.

El profeta Ezequiel reprocha a los pastores sus delitos y pereza, y el olvido de sus deberes. Igualmente Jeremías dirige una dura amenaza a estos pastores que dejan que se pierdan las ovejas, y prometa en nombre de Dios nuevos pastores que de verdad apacienten las ovejas. Dios suscitará un Pastor único, descendiente de David, que las apacentará y estarán seguras.

Jesús se presenta como ese Buen Pastor que cuida de sus ovejas, busca la extraviada , cura la herida y carga sobre sus hombros la extenuada ( Mt. 18,12-14; Lc.15,4- 7).

El arte cristiano se inspiró muy pronto en esta figura entrañable del Buen Pastor y dejó representado el amor de Cristo por cada uno de nosotros. Hoy y siempre, en la oración, hemos de pedir a Dios buenos y santos pas- tores, que la Iglesia y el mundo necesitan.