Indiqué en un reciente artículo en este periódico que la gran esperanza blanca de la hoy chuchurrida socialdemocracia alemana era un tal Martin Schulz, entusiasta militante desde los diecinueve años cuando sus credenciales eran las de un incipiente alcohólico, futbolista frustrado y «pacifista»; pues bien, quien se llevó un notable revolcón en las elecciones regionales del Sarre de hace unas semanas el pasado domingo se ha llevado otro, tal vez mayor por lo inesperado, en las de Schleswig-Holstein, en las que ha retrocedido 3,7 puntos, mientras la CDU de Merkel ganaba 2,1 y la Alternativa para Alemania (AfD), como ya sucedió en el Sarre, conseguía superar la barrera del 5% que da acceso a las cámaras en la República federal.

Teniendo en cuenta las enormes esperanzas hasta ahora generadas por ese candidato socialdemócrata (al que Berlusconi espetó que sería el candidato ideal para el papel de Kapo de campo de concentración en cualquier película sobre el Tercer Reich), las cosas siguen pintando muy mal para la apuesta unánime y a la desesperada de un partido que, como en tantas otros países de Europa y muy particularmente en Francia, va transitando lenta pero inexorablemente de la preeminencia a la irrelevancia. Aquí en España está por ver si la gran esperanza andaluza (?) será capaz de batir a su apuesto rival noesnóico, porque al patético Patxi Nadie, «vasquista» según él, le ganaría hasta el Risitas si tuviera la ocurrencia de presentarse.

Como ya señalé en el artículo antes citado, sorprende que partidos como Ciudadanos y el PP no aprovechen ese yermo mental y electoral de los socialdemócratas para profundizar en sus propuestas liberales y sigan, en cambio, empeñados en mimetizar dogmas socialdemócratas periclitados que hipotecan el futuro de próximas generaciones al endeudarse hasta las cejas; pero de las lumbreras de ambos partidos no cabe esperar que hagan un esfuerzo de análisis que, lejos de perjudicarles, les resultaría muy saludable y refrescante.

Mientras tanto, aquí en España los «militantes» siguen apostando por lo que está fracasando en Alemania, Francia, Holanda y otros países europeos, a saber, un infantilismo radical de programas electorales irrealizables y disolventes, sin caer en la cuenta de que en su desaparición llevarán su penitencia. Que así sea.