En España, dijo una vez el crítico de arte Santiago Amón, hara treinta años, «no cabe un tonto más», se equivocó hay que ver la cantidad de tontos que han encontrado hueco en la vieja piel de toro desde entonces, especialmente en la política. Pasa como con el turismo en Baleares, en España podemos morir de éxito y tener el censo de tontos (con todo incluido) más granado y excelso del mundo y a eso vamos con buen ritmo y resolución. Como botón de muestra, la política balear, en la que unos anticasta van contra la casta, pero contra los toros de casta, más que contra la casta que representan Rajoy y la Trilateral, van contra la fiesta nacional que es un gran reclamo internacional. Quieren aprobar unas corridas light de parque temático o unas ecocharlotadas que jamás llamarían la atención de Picasso ni de Bergamín (que era de izquierda), ni de Miquel Barceló ni de Guillermo Sureda Molina, mallorquín autor de un libro excepcional, Tauromagia, ni de Camilo José Cela que escribió desde Mallorca un libro magistral, Toreo de salón. Quieren estos portentos baleáricos que el morlaco pase un contro antidóping, y el torero (que no compite con nadie como en el ciclismo, que compite con su soledad) también sea analizado no vaya ser que salte al albero jarto a jerez o a porros (bueno, lo de los porros a lo mejor, por interés propio, se lo perdonan) y se ensañe con el cornúpeta. Es raro que un matador salga a trazar chicuelinas cocido, el único cocimiento que suelen llevar los toreros en el cuerpo es el trance de rezar a la Virgen en la capillita ambulante que suelen llevar porque cuando torean se juegan la vida.