Nadie con sentido común se pondría a azuzar el odio contra los turistas, primero porque turistas lo somos todos ocasionalmente, segundo porque en mayor o menor grado todos vivimos de los beneficios que deja y tercero porque solo odian los pobres de espíritu, los fracasados, los mediocres.

Así y todo, y desde hace unos años, pequeños reductos urbanos se dedican a hostigar al turismo. Sobretodo en Barcelona, una ciudad que ha decidido embarcarse en una aventura política de la que saldrá muy mal librada, por mucho que desde Madrid le lluevan las ayudas, el dinero y las concesiones. Unas ayudas que nunca van a Valencia, Teruel, Málaga, León, Cáceres o Lugo. Ni a Baleares. Van siempre a Barcelona.

También en Mallorca, una minoría que sigue las bobadas catalanistas, pretende emular a los guerrilleros urbanos emporrados. ¿Cómo van a poder pagarse la marihuana cuando no llegue el dinero del turista? Grupúsculos diminutos, pero que emborronan la ciudad, después viene un fotógrafo que manda la imagen a una agencia, la prensa las publica y los redes sociales multiplican la gamberrada, que no es otra cosa.

Y en estas nos encontramos en Formentera y en Ibiza, ante una temporada que será urticante, pastosa, pesada. Ya nadie quiere trabajar en Ibiza, es muy comprensible. Incluso algunos médicos dimiten de su cargo en primera línea de fuego. No se estudia durante veinte años para soportar niñatos drogados que te agreden o te vomitan encima y muchos de ellos se van sin pagar.

Nada contra el turismo, pero los ibicencos tenemos derecho a opinar. No es la primera vez que lo digo: La isla no puede estar esclavizada por los horarios y métodos de media docena de discotecas y de grupos hoteleros.
@MarianoPlanells