En un país donde el deporte nacional es la crítica al vecino y los bares son el ágora de los filósofos y ensayistas de nuestro tiempo, especializados en la técnica del insulto, de la descalificación y de la mala baba, Internet ha despertado la sed de venganza de los que hacen de la envidia su morada. Desde sus ordenadores o teléfonos tienen carta blanca para escupir sus frustraciones y ya no precisan bajar a la cafetería de la esquina para buscar víctimas o compañeros de mesa ante los que juzgar a aquellos a los que les va mejor o tienen un coche más caro. Si alguien tiene un buen puesto de trabajo, seguro que lo ha logrado pisando cabezas, si otro tiene una pareja muy guapa, estará con él por su dinero, y si aquel les saluda siempre sonriendo, es porque tiene alguna tara.

En las cabezas de los “haters” es imposible asumir que tal vez aquellos que son o parecen más felices que ellos cosechan cada día razones para serlo, se rodean de gente maravillosa, de esa que tiene temas de conversación propios y no necesita hablar de otros sino de sí mismos, y se despiertan cada día con el esfuerzo como meta.

Para los “trolls” de ayer y los de hoy, los de cerveza en mano o los de teclado ardiente, asumir que sus miserias son consecuencia de sus actos y que el mundo no tiene la culpa de sus problemas, es una quimera y prefieren usar como saco de boxeo a todos los que siguen corriendo en la carrera de la vida, en vez de sumarse a su competición.

Es muy triste asumir que en este país de piel de toro, pandereta, picaresca y envidia nos reímos de los que hablan bien idiomas, triunfan en sus profesiones, se entregan a causas humanitarias y no se aprovechan del de al lado. La integridad, la honestidad, la fortaleza y el esfuerzo parecen bajezas de las que se ríen quienes prefieren auparse sobre espaldas ajenas sin saber que así solo podrán mantenerse en el aire durante unos minutos.

Me gusta pensar que la gravedad nos pone al final a todos los pies en la tierra y que quienes beben con fruición su tercera caña con espuma de mala leche sienten su amargura recorriéndoles el paladar. Como escribe Arturo Pérez Reverte en Hombres Buenos: “en España, en tiempos de oscuridad, siempre hubo hombres buenos que, orientados por la Razón, lucharon por traer a sus compatriotas las luces y el progreso. Y no faltaron quienes intentaban impedirlo”.

Este es un artículo para todos los que sufren las zancadillas de quienes se adentran en la oscuridad por miedo, ignorancia o indiferencia; seguid adelante, “ladran luego cabalgamos”, no os preocupéis si desde sus palcos hediondos en anfiteatros de lobos ven fantasmas o molinos donde nosotros divisamos gigantes, porque los brindis con la boca y el alma limpios siempre dejan un buen sabor de boca.