El diputado de Podem Eivissa, Salvador Aguilera, protagonizó este martes uno de los momentos más hilarantes que se recuerdan desde la tribuna del Parlament. Si tienen oportunidad de verlo, no dejen de hacerlo porque se van a reír. Pero reímos por no llorar. No he conocido un orador peor, lo cual ya es decir, pero eso no impide que Salva suba a la tribuna a pontificar y a ponerse en ridículo, tanto en el fondo como en la forma, entre las risas de sus honorables señorías. Pareciera que la cabeza le va más rápido que la lengua, y así no se entiende nada de lo que dice. Y todo en su conjunto resulta cómico. Hasta el presidente del Parlament, Balti Picornell, se meaba de la risa. Él, que también tiene acreditadas grandes dotes oratorias. Se reía porque se sentía identificado con su amigo. No saben nada de política, no conocen nada de oratoria, desconocen la más elemental compostura y no saben guardar la etiqueta, que no es otra cosa que saber vestir apropiadamente según el lugar en el que se está. Pero se ríen y hacen reír a la Cámara entera.

Tengo dicho que cada cual es libre de hacer el ridículo como quiera, pero si quien lo hace cobra un sueldo público, la cosa cambia mucho, porque entonces causa vergüenza y nos humilla. Es el caso de Aguilera. Hace algunos años, los diputados se preparaban las intervenciones con la intención de hacerlo bien y de impresionar a los asistentes. Ahora solo buscan su minuto de gloria a base de hacer payasadas desde la tribuna, que luego verá todo el mundo para regocijo del protagonista. Si tuviera la más mínima vergüenza, presentaría su dimisión inmediatamente por incompetente y volvería al instituto a dar clases. Aunque seguramente eso debe ser aún más pernicioso, porque alguien incapaz de explicarse en público, ¿cómo va a enseñar a sus alumnos? Este es el nivel.