Hoy se cumplen los cincuenta días de Pascua, un tiempo para ser cada vez más convencidos y creyentes en la Resurrección de Jesucristo, inicio de nuestra propia y personal resurrección.

Y así pasamos al Dia de Pentecostés, día de la venida del Espíritu Santo, que nosotros hemos recibido con el Padre y el Hijo en día de nuestro bautismo, cuya presencia se ha reforzado con el Sacramento de la Confirmación y como nos dice Jesús en el Evangelio de San Juan “Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, El os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho.”(Jn 14,16), “Y cuando El venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Jn 16,8).

Jesús en la Última Cena promete enviar el Espíritu Santo para que esté con sus discípulos siempre. Esta es la Alianza del Nuevo Testamento, cincuenta días después de la resurrección de Jesús: “Estando todos reunidos en un mismo lugar, de repente vino del cielo un ruido, como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”. (Hch 2, 1-4).

La fiesta de Pentecostés es una de las más grandes que celebra la Iglesia después de Navidad y Resurrección, pues reconocemos la venida del Espíritu Santo sobre aquella primera comunidad cristiana, infundiendo en ellos los dones y carismas necesarios para perseverar en la verdad, llevar a cabo la misión encomendada por Jesús, de ser testigos, ir, bautizar y enseñar a todas las naciones. (Jn 14,15).

Esto es lo que conmemoramos en Pentecostés, que el mismo Espíritu de hace más 2000 años es el que se sigue posando el día de hoy en cada miembro de la Iglesia para llevarnos a Dios y asimilar nuestras vidas cotidianas como obras del Espíritu Santo al servicio del prójimo.

La fiesta de Pentecostés es un día en que los católicos tenemos la oportunidad de revivir intensamente nuestra relación con Dios, gozarnos el fruto de la Pascua que hay en nuestros corazones por la felicidad de saber que Cristo resucito en mí, que soy tan amado por Dios, que puedo vivir la experiencia de la venida del Espíritu Santo.

Pentecostés es fiesta para toda la Iglesia, pues sea cual sea el ministerio en el que cada uno de nosotros sirve o el movimiento al que uno pertenece, es el Espíritu Santo el que inspira cada obra dentro de la Iglesia. Antes que pertenecer a cualquier apostolado o movimiento eclesial, soy miembro de la familia de Dios.

Que esta fiesta promueva en nosotros: 1) Servir a Dios en la Iglesia Católica, teniendo como misión principal evangelizar con el poder del Espíritu Santo; 2) Motivar y vivir con fervor la renovación del Espíritu en todos lados, nuestra familia, trabajo, vecindario, etc.; 3) Promover la unidad en comunidad sometiéndonos a las leyes eclesiales y a la autoridad del magisterio.

¿Cómo lograr esto? Dejando que el Espíritu Santo se pose en nuestros corazones y actué con los dones y carismas con los que fuimos sellados el día de nuestro bautismo. Fortalecidos en la confirmación y alimentados con la Sagrada Eucaristía, vivamos un domingo de Pentecostés reconociendo que el Espíritu Santo está con nosotros hasta el fin del mundo, y hagamos nuestro el fruto de la promesa de la Nueva Alianza, prometido por Jesús y recibido por aquella primera comunidad reunida el día de Pentecostés, que también es para la Iglesia de hoy.

A todos, pues, un buen y santo domingo de Pentecostés y que acogiendo sus frutos seamos cada vez más servidores de Dios y más hermanos unos de otros sin excepción.