Un político es alguien que busca problemas, los encuentra, emite un diagnóstico falso y aplica la solución equivocada. La mayoría del pueblo está de acuerdo con Groucho Marx y reza para que los burrócratas no se metan tanto en la vida de los otros (o sea nosotros). El sabio Lao Tse también lo dijo hace 2500 años: Gobierno imperceptible, pueblo feliz; gobierno solícito, pueblo desgraciado.

Desde hace años las encuestas muestran un creciente desprecio por los chupópteros que dicen servirnos. Ya no engañan siquiera a un querubín presto a desvirgarse electoralmente. Se les considera mamones de la teta pública y casi siempre se vota por lo que pueda considerarse un mal menor.

Eso demuestra que la mayoría se va haciendo más demócrata y ya no quiere creer en líderes mesiánicos ni hacer un salto de fe con determinado partido político, lo cual es una gilipollez dogmática solo propia de fanáticos que no se atreven a pensar por sí mismos. Gracias a los desmanes de tanto chorizo y las tonterías de tanto inepto, la cándida inocencia se ha ido por el retrete público. Tal vez seamos más cínicos, pero eso nos aleja de los pregones cainitas de los que solo pescan en aguas revueltas.

Charlo en la calle, el bar y el mercado, intercambiando opiniones con gente que escora a bandas diferentes, y comparativamente siempre escucho más cortesía y sentido común que los aullidos parlamentarios o los rebuznos municipales. Lo cual me demuestra que la gente es mucho mejor que los que aspiran a gobernarla.