Ya sabemos que Ibiza no pinta nada, no tenemos la menor influencia en un mundo selvático donde las influencias marcan las leyes y a los legisladores. Pero lo que pasa en las Pitiusas es un caso sangrante: las leyes, las normas incluso, siempre llegan tarde. Si es que llegan.

No me estoy refiriendo a los alquileres turísticos, que en si mismos ya constituyen un universo aparte. Estaba pensando en concreto en los barcos reconvertidos en discotecas. Si una discoteca ya es peligrosa en muchos aspectos, imaginemos un antro donde corre el alcohol en alta mar, sin cristaleras ni impedimentos que salvaguarden la integridad de los huéspedes.

El fenómeno explotó súbitamente, como una forma añadida de exprimir al turista de borrachera. Y no se conformaron con pasearlos, al tiempo que embuchaban litros de sangría. Esto no hubiera bastado. Tienen que añadir el ingrediente básico: el ruido estruendoso, es decir que supera los 55 decibelios. La excitación colectiva a bordo no nos incumbe, solo aquellas circunstancias que alteran la convivencia y atentan contra la conservación del hábitat.

Que se emborrachen, allá ellos y su hígado. Pero que emitan tal cantidad de ruidos afecta a las zonas del litoral, a las aves y a las personas que de alguna manera necesiten descansar durante la noche.

Estos ferry boats llegan de todas partes y confluyen en Ibiza ofreciendo excursiones de ensueño, normalmente a costa del prójimo. Jamás habían sido necesarios ni lo son ahora. Sería curioso conocer quién está detrás y sería curioso saber porque aparentemente nadie los controla. Dicen que los aforos del barco competen a la Capitanía Marítima, pero nadie quiere hacerse cargo de las emisiones que superan los 60 decibelios durante horas intempestivas.
@MarianoPlanells