Entre el estallido de la Revolución y el pelotón de fusilamiento, siempre podremos quitarnos la ansiedad con una botella de champagne”, confesó un gran duque ruso a una deliciosa bailarina del Bolshoi.

Estoy de acuerdo con el ruso blanco. El vino es el mejor antídoto contra las contagiosas penas de un mundo que parece loco en cuanto abrimos las páginas de cualquier periódico. También ayudan los valses de Tchaikovsky para estimular el apetito de belleza y navegar al rumbo de nuestro capricho.

“La vida no es importante; navegar sí”, el imperial pirata Pompeyo dixit para envalentonar a la tropa que no quería hacerse a la mar con mal tiempo.

Por eso en la mañana resacosa, cuando leo los diarios copa en mano, voy primero a la columna de algún escritor coñón o buceo en las páginas de cultura. Todo antes que la vulgarísima política, con sus tristes capullos mangantes, tal y como decía el jocoso Boadella de sus paisanos catalanistas.

Este verano de overbooking ya ha empezado. Recomiendo mucho vino, cortesía y sentido común para esquivar el creciente ambiente bélico. Confieso que a veces me gustaría tener un bazuka para hacer saltar por los aires a las abominables barcazas-party boats (me importa un bledo que el pasaje vaya borracho, lo que resulta intolerable son los decibelios de su música mierdosa), o hacer un ô-so-togari al patán que arroja bolsas de plástico. Cierto es que hay que plantarse ante tanta grosería (residente o forastera), pero procuraremos que la sangre no tiña la mar color de vino.