Cuando en 1928 se construyó en Palma el Coliseo Balear, una de las plazas más bonitas del mundo, apenas había turistas. Si se hizo obra tan monumental fue porque a infinidad de mallorquines les gustaba ir a los toros y al velódromo del Tirador. España se ha convertido en un país bárbaro y cainita en el sentido de que o estás en un lado o en el otro. Durante los años de la Transición, eso se llegó a superar. Pero ahora no sólo las personas físicas sino los gobiernos autonómicos también son cainitas. Ejemplo, los políticos que gobiernan las Baleares, que son socialistas monitorizados por podemitas y ecosoberanistas, odian al gobierno central porque es del PP, su antagonista y morlaco. Y entonces buena parte de sus faenas consisten, no en atender a los ciudadanos, sino en demostrar que ellos son los buenos y los de Madrid los malos. De esta forma todo lo que huela a español manque sea bueno, es producto de la factoría facha. Un buen ejemplo lo tenemos en los denominadas “corridas de toros a la balear” que no consisten en darle sobrassada o camaiots al toro en vez de dejarlo pastar a su aire en la dehesa, sino en una serie de medidas que convierten una corrida de toros en los mundos de Yupi. En realidad la propuesta armengoliana es una forma de que la corrida de toros desaparezca y de que los animalistas celebren sus triunfos comiéndose un buen chuletón y, sobre todo, que los aficionados a la tauromaquia se fastidien. ¿Por qué se han quitado los toros en Cataluña y se quieren quitar en Baleares?: no por los toros mismos, sino porque representan el españolismo. En Bilbao o en Pamplona o en Sevilla, por ejemplo, no lo representan.