La temporada 2017 es una gran morterada, ya se veía venir en mayo. No me refiero al mortero de picar una salsa, sino a la “cantidad de piedras o proyectiles que se dispara de una vez con el mortero de artillería”, como dice cualquier diccionario. Donde pone bombas digan chárters y verán la imagen perfectamente nítida.

Ya sabíamos que Ibiza y Formentera no están preparadas para recibir ni un turista más que pase de los dos millones y lo más probable es que en 2017 nos visiten el doble entre ambas islas. Unos cuatro millones. Es como si al turista le diera igual el sofoco, los colapsos, el olor pútrido de las cloacas en buena parte de las costas, o los precios abusivos y los servicios de escarnio. El tipo de turista que goza de esta Ibiza demencial parece acreditarse en el lema “cuanto peor, mejor”. Y vive Dios que esto es lo que ocurre.

Mientras se siga vendiendo la imagen de música, sexo, alcohol y drogas en general, no hay problema. Dejarán de venir los turistas en grupos familiares, o el turista de clase media que necesita recuperarse en una estancia relajante, pero siempre será fácil encontrar dos millones o tres o cuatro de descerebrados que prefieren cobijarse en la gran manada de desquiciados ruidosos.

Zonas como Magaluf (Mallorca) o nuestro San Antonio que llevan años invirtiendo fortunas para mejorar la imagen, las instalaciones hoteleras y las infraestructuras, asisten impotentes al deterioro implacable y al hundimiento de sus ambiciones ennoblecedoras, ante estas hordas salvajes que no respetan nada.

Así no es raro que en Baleares se den las peores situaciones de picaresca y que sigan viniendo los peores turistas del Mediterráneo. Una morterada.
@MarianoPlanells