Los periodistas han de desempolvar el abanico de temas trágicos que afectan a Ibiza y Formentera cada principio de temporada. No falla, es de manual, lo cual puede indicar que, como mínimo, la estupidez siempre insiste –en frase de Camus que me gusta citar– y que en Ibiza no sabemos poner coto al contexto que facilita tantos accidentes, como este hotel de San Antonio que aporta una magia especial que atrae a los locos o suicidas para que se tiren desde el tejado o desde el balcón a su piscina.

¿No podrían rellenar la piscina y sembrar un jardín de cactus exóticos?

No digo que los únicos descerebrados del imperio británico se alojen en ese hotel, ocurre en demasiados. Como sigue campando al parecer la venta de drogas químicas que se consumen sin control de dosis ni de cantidad. Así no es raro, que recuperemos un clásico: el lanzamiento desde lo alto de la muralla de Ibiza. Se caen, dicen. Y seguirán cayendo hasta que no inventen una droga que te permita volar de verdad y no solo en tu imaginación embriagada.

Los escandalosos periódicos británicos nos obligaron a cambiar el diseño de nuestras carreteras. Fue el principio del fin de Ibiza. Nuestra venganza debiera ser humanitaria: nosotros, los de Ibiza, debiéramos cambiarles su sistema de enseñanza: explicarles que la bebida tan precipitada y el consumo de drogas sin garantías de naturaleza y de dosificación, entrañan peligro de muerte. Explicarles que lanzarse de cabeza en las orillas del mar puede ocasionarte la muerte fulminante o como mínimo una paraplejía. Pero la educación en el Reino Unido es un desastroso caos.

Al menos los alemanes de Magaluf (Mallorca) desfogan las calenturas con el método más refinado de los botellazos o peleas campales a puñetazos.

En fin, que gran parte de nuestra turismo es lumpen tóxico. Que no hay quien los soporte y que para que se forren diez empresarios, mejor cerramos media isla y detenemos toda nueva construcción y por supuesto, no se puede ampliar ni una sola carretera más. Y que les aguante su padre.

@MarianoPlanells